1 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. En la Alta Ruta de Euskal Herria





Repaso y comparto los retazos escritos de una magnífica experiencia vivida durante una travesía pirenaica por los puntos más altos del Pirineo de los vascos.
El trabajo se publicó en la guía ALTA RUTA DEL PIRINEO VASCO donde está además la topoguía y los mapas pero recorreremos aquí de nuevo la parte más emocional de aquella travesía.


ALTA RUTA DEL PIRINEO VASCO

Alto, muy alto siempre

Este es nuestro lema: cuanto más alto mejor; cuanto más arriba más hermoso.
Con esta idea en la cabeza y también en el corazón nos vamos a lanzar a una verdadera aventura para atravesar el Pirineo vasco de oeste a este, intentando en esta alineación ir coronando el máximo de cimas posible.
La primera travesía del Pirineo de la que se tiene constancia fue realizada en 1817 por el naturalista Fréderic Parrot que en 53 días enlazó las playas de Donibane Lohitzun y de Canet. La Alta Ruta Pirenaica, HRP (Haute Randonnée Pyrénéenne) en origen, fue pensada y realizada como una travesía por las alturas por primera vez por Georges Veron en el año 1968 y se ha convertido ya en la travesía de verdad del Pirineo, más severa y comprometida que cualquiera de los GRs -10 y 11- que recorren sus dos vertientes. Es comprometida porque no hay un balizaje que ayude, el máximo son los hitos de piedras dejados por los propios caminantes; es dura porque intenta ir por los collados altos, evitando largos descensos a los valles y es aventurada porque no es una sola sino que existen varias versiones –las tres topoguías francesa (1ª edición 1974), inglesa y española no siguen trazados exactos-, hay muchas posibles variantes y es cada montañero quien debe decidir la suya, en función de su interés, de la forma física o acaso de la meteorología.
En todo esto nuestra Alta Ruta es aún más aguerrida. Dado que son sólo unas pocas etapas, hemos diseñado una travesía alta de verdad y para eso nos vamos por las cumbres, a cambio por supuesto de un poco más de fatiga pero muchas más emociones. Nos pasearemos sobre algunas alturas del Bidasoa, coronamos Larrun, nos atrevemos a subir a Atxuria y también al Autza, al Lindux, a Urkulu y Mendizar, campearemos por Okabe y nos atrevemos con la cresta del Ori. Y aún más, dibujamos en un colofón magnífico un largo espinazo de alturas sucesivas: Otsogorrigana, Barazea, Kartxela, Lakora y terminamos regalándonos la mejor mirada a todo el Pirineo desde el Anie tras recorrer el magnífico espinazo de Añelarra.

Donde la mirada tiene horizonte de mar

Las montañas del Pirineo llevan nombres vascos cuando sus alturas se van empequeñeciendo hacia el Oeste y entonces sus horizontes dejan de ser terrestres para convertirse en marinos.
La cordillera reina de las montañas de la península apacigua sus bravuras en los costados y es en el vasco donde sus laderas se tapizan de los mas hermosos vergeles de la cadena.

En el aspecto geomorfológico el plegamiento pirenaico ha influido de forma trascendental en el paisaje vasco y sus mismas elevaciones han terminado por transmitirse a la geografía del País creándose lo que se ha dado en llamar la orla vasca o arco vasco, una línea que configura el relieve con esta forma orientando al mar la zona cóncava. Las alturas de esta región se organizan después siguiendo bandas casi paralelas a la costa.
Cuando se sigue la cadena hacia el oeste, después del último dos mil pirenaico, el Ori, que eleva en Nafarroa sus 2021 metros, el nivel medio de las cumbres desciende notablemente situándose entre los 700 y 1600 metros. Algunos autores han denominado a este extremo de la cadena Depresión Vasco-Cantábrica, otros Umbral Vasco o Pirineo Vasco Cantábrico y por fin está como mas aceptada la expresión de Montes Vasco-Cantábricos. Sin embargo no hay un claro consenso para definir a esta porción del relieve montañoso que recubre a Euskal Herria pero de lo que no hay duda es de que los montes vascos y la Cordillera Cantábrica constituyen la prolongación occidental de los Pirineos y esto se manifiesta en su propia estructura tectónica y en los materiales geológicos de su constitución.
Correspondientes a la morfología cárstica y también dentro de la estructura general de los Montes Vascos, aunque bastante alejados de la línea Pirenaica como para considerarlos aquí, se levantan las sierras características de Aralar, Aizkorri, Urbasa y Gorbeia. Nuestra referencia pirenaica se refiere aquí solamente a estas elevaciones que arrancan en la proximidad al mar para elevarse hacia los sistemas cársticos de Belagua.
Es en esta región pirenaica de escasas altitudes donde además el paisaje ha permitido una mayor implicación entre los dos lados de la cadena. Se puede afirmar que el descenso en la altitud media del Pirineo vasco ha ofrecido a lo largo de la historia un espacio permeable a las migraciones biológicas de vegetación, aves y especies faunísticas en general y también a los intercambios humanos y todo ello ha condicionado en gran medida la cultura y el paisaje. En contraposición a esta permeabilidad del Pirineo Vasco el resto de la cadena ha supuesto un obstáculo evidente para las interrelaciones entre la Península Ibérica y el continente europeo.
El clima también ha tenido su influencia, con la presencia inmediata del mar como gran agente suavizador de temperaturas y servidor de humedades y lluvias empujadas siempre por los vientos dominantes del Oeste.
Cuando se observa el paisaje humanizado de estas regiones se puede apreciar que las condiciones del hábitat han generado un poblamiento rural más disperso a medida que se viaja al oeste. Las aldeas apiñadas del Pirineo Navarro han dado paso ya en el valle del Baztán a una multitud de caseríos dispersos que se mantiene en la geografía guipuzcoana hasta las ciudades costeras.
El mar y la actividad que el corredor de comunicación han propuesto a las orillas del Bidasoa han permitido a las poblaciones costeras alcanzar un gran desarrollo histórico relegando a las gentes de las montañas a una ocupación estrictamente agrícola.
La industria y el crecimiento comercial se han adueñado de las tierras que se extienden a lo largo de los valles como en la extensa bahía de Txingudi, entre Hondarribia e Irún, y el poblamiento rural persiste en las alturas, como sucede en los valles navarros de la divisoria o al pie de los macizos fronterizos de Aia y Adarra/Mandoegi.
El montañero que se aproxime a este extremo pirenaico podría percibir por estas circunstancias un mundo de fuertes contrastes entre la montaña y las poblaciones del valle. A muy corta distancia de las últimas elevaciones pirenaicas: las peñas de Aia o el cordal costero de Jaizkibel, se sitúan ciudades de alta densidad de población como Oiartzun, Irún, Hondarribia, Rentería, Pasajes o la misma Donostia/ San Sebastián.



Los paisajes que envuelven estos entornos rurales son siempre verdes y notablemente tranquilos o solitarios a pesar de su proximidad con las grandes poblaciones. A lo largo de la historia estas montañas fronterizas han sido escenario de innumerables acciones humanas: pastoreo prehistórico, trabajos mineros, escaramuzas guerreras o paso de contrabandistas. Todo ello ha contribuido a crear un rico universo de leyendas y de historias populares que revisten a este extremo del Pirineo de singularidad e interés.
En el aspecto humano hay que advertir a lo largo de los tiempos la huella de una sucesiva explotación de estas alturas como recurso económico. El pastoreo de los primeros pobladores vascos y sus rituales religiosos ha dejado notables testimonios megalíticos que pueden verse todavía hoy en numerosos puntos estratégicos y nos saldrán al paso cuando caminamos sobre la cadena. También la cultura romana encontró en este extremo del Pirineo uno de los mejores accesos a la península Ibérica y dejó su testimonio en los restos de puertos y asentamientos localizados en la ciudad de Irún pero también en las minas de hierro explotadas en las entrañas de las Peñas de Aia, las mismas que más tarde han ofrecido material abundante para las numerosas ferrerías que se asentaron en los valles y monumentos erigidos a sus conquistas o pasos históricos como el trofeo de Urkulu.
Los extensos y ricos bosques de hayas que poblaron las laderas de las alturas sufrieron durante largo tiempo una intensiva explotación pero el amor de los vascos por su tierra impidió que terminaran siendo esquilmados y todavía hoy se pueden disfrutar sus frescas y recónditas umbrías, en las cuales habitan además especies animales todavía típicas del área pirenaica.



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