De la mole del Baztan
a los collados del contrabando
El Autza se divisa
de casi todas partes cuando se va de viaje por cualquiera de los valles de
Baigorri y Baztan. Desde cualquiera de sus rincones el Autza es una referencia,
emblemática e imponente. Debió también de serlo como otras montañas totémicas
-el Adi, el Ori, el Anie…- para los pastores prehistóricos porque a sus pies
enterraron a sus muertos y es siempre un faro en los relieves de ese Pirineo
vasco iniciático que se eleva desde el mar hacia Oriente. Por eso no podríamos
haberlo evitado en esta travesía.
Hay varios
caminos hacia Autza pero he elegido el más inédito y probablemente el más
salvaje porque es el más directo. Remonta todo su lomo mientras se eleva sobre
el valle y despierta una percepción del país del Baztan como pocas, también de
las tierras que dominó el señor de Ursua. Por cierto, hubo dos Ursuas que tuvieron
morada ambos en el palacio de Arizkun; uno de ellos fue conquistador del
castillo de Amaiur; el otro, el marañón Don Pedro, partió a América del Sur en
busca de la fortuna mítica de El Dorado para terminar muriendo a manos del
desalmado Lope de Agirre –el oñatiarra- quien antes de acabar con él le dijo
“tú te callas, que no eres vasco ni navarro, eres casi francés…”.
A la vista
está igualmente aquel Bozate, rincón de olvidados donde vivieron los Agotes que
encontraron refugio en su huida de la inquisición y marginados como raza
maldita desde el siglo XIII. Guardaron en secreto sus avanzadas técnicas de
construcción pero nunca pudieron convivir con sus vecinos.
Tanto palacio,
tanto sillar bien labrado debió de costar muchas fortunas. Sabed que muchas de
ellas se hicieron con los beneficios del contrabando, pasado precisamente por
los caminos que ahora están al frente, por ese mítico collado de Berdariz en el
que convivían cada noche los caseros, los extraperlistas y los carabineros.
Mirando,
siempre mirando. Y para esto Autza es magnífico si se sube a la brava y por la
directa desde Erratzu. Porque, como el corazón, se te va ensanchando el
panorama, primero sobre los tejados, luego sobre los barrios y por fin sobre
todo el Baztan. Es un regalo; bueno, mejor un intercambio por el esfuerzo. Digo
esto porque he sudado lo mío en esta mañana de verano trepando entre las
argomas. A los pies del Autza el Mamutzen erreka alimenta una de las primeras
fuentes del río Baztan que luego será Bidasoa pero aquí arriba no hay ni una
gota de agua almacenada, sólo piedras. Las más impresionantes anticipan la
llegada del montañero que sigue este camino a la cima herbosa, rotas en miles
de lajas que invitan a construir una cabaña. Alguien debió hincar una y otra y
otra; y parece que tal costumbre repetida ha provocado el levantamiento de un
sin fin de pequeños menhires en la arista. Autza parece ya un peculiar camposanto
que dibuja fantasmas de piedra en el cielo.
Felizmente
estoy en la cima del Baztan, en la mole montañosa que se ve de todas partes,
entre rasos y trincheras, paisajes y horizontes. Los primeros para el ganado, las
segundas cavadas en guerras diversas, de la Convención o Carlistas, y los
últimos para gozarlos plenamente. Allí están las montañas a las que me dirijo y
ahora puedo trazar el camino imaginario casi desde el cielo.
Los mojones
fronterizos parecen mandar, ir diciéndote: por aquí, por aquí… plantados a
perpetuidad donde la raya sólo existe en los papeles.
Cuando la loma
de Itxauz me recibe
puedo adivinar el paisaje de Aldudes al que siempre llego con placer. Pero el
camino me absorbe, placenteros los bosques húmedos donde se refugian los
ganados, sorprendentes los espolones rocosos insospechados en esta cuerda roma,
increíble la soledad.
Cuando llego a Berdaritz recuerdo
que aquí hubo un dolmen muy simbólico, como si estuviera marcando un paso clave
en esta cadena pirenaica. Pero debió de estorbar a alguien porque se lo
quitaron de en medio al abrir una pista. Cosas del tránsito humano. De eso
saben mucho apenas un poco más abajo, en el caserío Urruska, en pie desde el
siglo XVIII. De lugar apartado del mundo, de convivir cada día con las
escaramuzas de guardias civiles y de contrabandistas se ha convertido en el
pionero de loa alojamientos rurales, Q de calidad incluida.
No me
importaría recalar allí un par de días pero mi destino está más lejos y no he traído
en vano mi tienda de campaña que me guarecerá del rocío esta noche.
Casi sin darme
cuenta me he comido el día andando a placer por estas alturas, sesteando y
contemplando y la penumbra me termina por acompañar a las puertas de Aldudes.
Por eso me merezco un premio: un “menú de pastor” servido con amabilidad y que
me sabe a gloria a las puertas del frontón donde el famoso Perkain asombraba a
todos los habitantes del Quinto Real en el juego de laxoa.
Cuando cae la
noche en Aldudes el silencio deja al río cantar su propia música. Y ese arrullo
es una delicia para dormir.
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