ETAPA 7. Egurgi-Organbide
Por donde el Pirineo
emite energía sobrenatural
Al
alba, tras un té caliente, me despido con buenos deseos para el camino de mis
compañeros de noche. Ellos caminan hacia el mar de Hondarribia, yo en sentido
inverso; todos cruzando rutas y experiencias.
Partir
siempre es difícil, más si un río cantarín ha arrullado tu sueño y los pájaros
entonado tu despertar. Así, con la suma de las esquilas de las cornudas ovejas manexas
que pastan en Irati, se levanta el caminante en Egurgi. Y como acostumbra a
hacerlo temprano el rocío acaricia necesariamente sus pies mientras cruza la
regata de Egurgi. A sabiendas de que Okabe es un primer objetivo, y no por
conocido menos atractivo, me lanzo cuesta arriba entre bordas pastoriles en
busca de un camino desconocido para mis pies. Los pastores de Egurgi se
levantaron ya hace tiempo, también sus perros, no digamos sus rebaños que ya
pastan entre los hayedos para cuando llego a su altura. Prado y bosque, bosque
y prado me llevan después de haber repostado agua fresquísima en las fuentes de
Kontratxaro. Es una bendición topar con estos manantiales en los lugares más
insospechados, al pie de una ladera o en el rincón escondido de un bosque. No
puedo evitar tomar un hamaiketako de frutos secos, me lo pide el estómago y la
fuente.
Urkulu
está aquí también, sin monumento romano esta vez, en forma de promontorio
redondeado y herboso pero azotado por un viento de mil demonios esta mañana,
tanto que agradezco poder caminar al abrigo en la vertiente norte y evito tomar
la cresta. Hay
un balizaje por este paso pero es tan imperceptible que más me vale prestar
atención. Por el contrario es delicioso el avance por la escarpadísima
pendiente que se descuelga desde Urkulu a los barrancos de Artxilondo. No puede
ser más salvaje el espacio que lleva este camino hacia el collado de Kurutxe donde me abraza
de nuevo el hayedo, solitario, abrupto, mágico. Es casi llano el tránsito hasta
el collado de Oraate, lo que agradezco; menos que encontrar la carretera
pastoril que lo alcanza desde el chalet Pedro y que resta encanto a esta
pradera herbosa.
Estoy
deseando desembocar en los rasos que ocupan los cromlechs de la necrópolis de
Okabe; para mí este lugar está lleno de encanto y misterio al mismo tiempo,
permite intuir, casi sentir, el pasado de los más antiguos habitantes de la
tierra vasca. No soy el único; hoy hay concurrencia entre los círculos de
piedras: caminantes, viajeros, montañeros… de todo. Incluso algún iluminado a
la búsqueda de las energías del Pirineo. No puedo evitar preguntar a quien veo
primero tumbado en el centro de un cromlech, luego sosteniendo un péndulo en
equilibrio.
- ¿Qué es lo que buscas?
- La energía, y sí que hay.
Me
responde en correcto francés al tiempo que me muestra un libro que se titula algo
así como “Energie des hautes lieux en France”.
Acaso
sea esa la respuesta a la instalación de los monumentos funerarios, acaso el
emplazamiento estratégico mirando al Orhi que desde aquí domina un horizonte
inmenso. Con esa contemplación es una maravilla caminar cuesta abajo en busca
de un camino nuevo para esta alta ruta. Porque aunque otras guías proponen
seguir el GR10 esta tiene mayor encanto. Crestear Mendibel es mucho más
hermoso. Y por allí va este camino.
Una
tortuosa pista permite bajar cómodamente al collado de Surzai, hábitat pastoril
de excepción que es paso obligado hacia las pendientes de un Saroiberri tan
apartado como simpático, tránsito fácil hacia el collado de Burdinkurutxeta.
Allí es normal encontrarse a los turistas mirando los panoramas de Irati y,
claro, también miran sorprendidos al caminante que sin dudarlo se lanza por el
sendero que remonta atrevido hacia Mendibeltza que también llaman Mendibel.
Entre
ovejas y hierbas altas que el viento mece y acaricia, despistando la mirada a ratos
en los peñascos de conglomerados que sobresalen como champiñones gigantes,
avanzo por el camino hasta Mendibel. Al costado el barranco estremece, más si
se mira desde las figuras extrañas que la erosión ha tallado en las rocas de la cima. La larga cresta que
se estira hasta Eskaleta es un mirador aéreo sobre Irati y todo el Pirineo y
pese a los sube y baja de la ruta casi ni me entero de tanto gozar viendo
horizontes. Xardeka y Arthanolatze preceden en esta sucesión a Eskaleak. Y
luego ya es bajar, al encuentro del bosque magnífico, de las hayas que dibujan
sombras de bruja, al abrigo de la humanidad que proporciona el refugio y la
vecindad de Organbide.
Hoy
toca ducha y supermercado, la última oportunidad hasta Lescun y hay que
aprovisionar bien porque llega lo más duro. La despensa tampoco es muy
generosa: pan, lo justo, alguna lata, galletas, embutidos… no hay más pero uno
se puede regalar una cena servida como homenaje a lo que le espera. Yo no me
resisto.
¡He disfrutado el texto y "viajado" con las fotos!
ResponderEliminarEskerrik asko, Santi!
Buen viaje, entonces.
ResponderEliminarY sigamos viajando sin gastar (demasiados) combustibles fósiles...