1 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. En la Alta Ruta de Euskal Herria, de HENDAIA a LIZUNIAGA



Por las fronteras del alma


Lo correcto, lo “oficial” de una alta ruta que se precie es comenzarla en el extremo, es decir en la misma playa.
Pero no es lo más habitual que quien va a emprender una larga travesía en busca de las cumbres decida hacerlo caminando junto a la playa. Sí, siempre están los rigurosos, pero no son los más abundantes.
Yo recuerdo todavía aquella sensación extraña en ese primer tramo urbanizado que comparten la alta ruta y el GR-10. Justo la de ser un marciano vestido con mochila y botas que camina entre bikinis y surfistas y de pronto es como el bicho de un parque de atracciones a quien todo el mundo mira. No deja de ser un contrapunto pero esta vez mi travesía personal en esta tierra de fronteras comienza por transgredir la norma y me planto en Biriatu para comenzar el camino. Mato dos pájaros de un tiro –dicho de manera simbólica, que nunca utilizaría arma ni mataría nada más abultado que un picajoso mosquito-; ahorro un trecho que no me gusta y me presento en la plazoleta de Biriatu cuando aún se desprenden aromas de café caliente, cuando el sol comienza a dibujar sus primeras sombras entre la iglesia de San Martín y las casitas rojiblancas de este pueblo que ojalá se guarde así mucho tiempo. Allí mismo, tempranito, arranco mi periplo pirenaico.


Allí mismo también, a la vuelta de la esquina, puedo abrevar mi cantimplora y ya estaré listo para cruzar el Missisipi; perdón, el Pirineo. Cuestas desde el primer paso… esto es la montaña; mirando al Bidasoa, el río de los contrabandistas. Tendremos en este largo recorrido muy de cerca otras historias de escaramuzas y estraperlo pirenaicos pero aquí mismo cuentan algunos testigos que los pasadores ayudaban a los fugitivos del nazismo alemán instalado en Francia a cruzar el Bidasoa escondidos de los controles de la Guardia Civil. El río se va quedando abajo, envuelto en su cinta de árboles frondosos, casi escondido, mientras el camino trepa. El GR se va por lo fácil, faldeando.
-¡Hasta luego!, le digo.
Yo me voy al norte, bajo las rocas extrañas del Txoldokogana. Por debajo primero pero subido sobre ellas enseguida. Asomado, con los pottokas, desde la atalaya de la Roca de las Perdices. Siempre me he preguntado por qué le llaman así aunque nunca he visto aquí ninguna perdiz. Supongo que debe ser por la peculiar forma adoptada por su estructura geológica creada por sedimentos oceánicos que le dan cierto parecido a la cola de una perdiz. Por eso también hay una Roche à Perdrix en los Alpes y otra nada menos que en Canadá.
Desde esta atalaya simpática encuentro la primera duda de mi travesía: ¿por qué no hacer la Alta Ruta por Aiako Harria que está ahí enfrente?. Salir por Jazikibel, atravesar el espinazo de Txurrumurru a Erroilbide y cruzar el Bidasoa rozando Bera. Claro que también es posible.
 -Bueno, me digo, para la próxima.



Y de la misma, dejando Perdrix en el olvido, me dejo arañar por las argomas hasta el Txoldoko. ¡Conquistada!. La primera cima de la Alta Ruta. Qué bello rellano para pastar, o sestear. Pero no, nada de eso me está permitido hoy; tira para abajo hasta Osin, más praderas de envidia, para volver enseguida a trepar.
Qué sino más estúpido pero tan hermoso este de bajar para volver a subir, para volver a bajar y siempre así. Como nuestra propia alma.
La cuerda es fácil y campestre y por eso es un espacio dado a las filosofías. El sendero más allá de Osin está tallado por miles de pasos cada domingo. Muchos van a tomar por aquí el hamaiketako hasta Ibardin.
-Mira qué idea. ¡Eso voy a hacer!
Primero me subo Manttale, casi poco más que un repecho y aunque busco no encuentro el dolmen que está fichado por aquí. Así que me llego de un salto a Ibardin y me pido un superpincho de tortilla y un cafecito. Vayamos suave, que lo duro ya llegará sin buscarlo… Un poco de provisión en el super y a huir de las muchedumbres del verano acarreando como locas pastis y cartones de tabaco.
Luego viene Larrun… yo voy, quiero decir. Tirando de mapa y de topoguías que aquí, en esta alta ruta, no hay balizaje que valga. A punto de perderme -eso también pasa fácilmente si uno se descuida- consigo encontrar el camino en colaboración con una parejita de enamorados franceses con los que hago un buen trecho de la etapa; él con zapatillas de montaña y ella –muy aguerrida- ¡con sandalias!. Esto también es la alta ruta.


La maldita subida a Larrun me pesa; evito lo posible la grava de la pista pero es difícil. Menos mal que el paisaje gratifica la mirada aliviando así la pena. Aún más cuando una vez coronado Larrun uno se permite divagar entre sus peculiares formaciones rocosas y compartir el sentimiento que trajo aquí a la primera turista de Euskal Herria en subir a esta cumbre. La Emperatriz Eugenia de Montijo subió aquí sólo para ver los paisajes. Y de eso abunda en todo el derredor; hasta el mar.
Otra licencia para confundir al alma. Aprovecharemos mientras podamos: comida y cerveza fresca en una venta de la cima; en euskera, en español o en francés, el idioma se elige gratis.
-¿Esto es montañismo?. No lo sé, es la Alta Ruta del Piri. Esto es la libertad y allá cada cual.
Antes de partir me detengo a compartir experiencia con los turistas que llegan ilusionados en el simpático tren cremallera.  Tocan, si pueden, a los caballos y se fotografían con ellos en un acto de apropiación simbólica. Allí les dejo, a la cola del tren, y tiro pradera abajo, deliciosa pradera que se encrespa en canales solitarias enseguida y hace trabajar más de lo que las piernas desean. Lo mejor de Larrun está en este lado, en sus peñascos fantasmales, en esos conglomerados sorprendentes enhiestos sobre pastizales tapizados de helechos.
En Lizuniaga me espera –eso ya me lo he asegurado antes de salir- ducha, cena amable y cama. ¿Qué más se puede pedir junto a un atardecer dorado sobre Larrun y estas montañas del Bidasoa?.



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