4 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. Col Urtsumiatza-Erratzu. Campos de Soledad




Campos de soledad

Urtsumiatza es soledad. Inevitable acordarse del invierno, del oscuro y del frío que deben asolar estos rincones con velocidad abrumadora en cuanto el sol se escapa hacia el valle de Etxalar. La noche se hace aquí muy larga, rodeada de silencios, acompañada de murmullos de bosque, de mochuelos y roedores. Pero por la mañana, con el resucitar del día, asomando las luces hacia las murallas de Aitxuria, se agradece especialmente el retorno a la vida. Así, camino despacio los primeros pasos que de Urtsumiatza llevan hacia el valle de Baztan. Junto a los robles del collado me despido de las praderas de Etxalar. Sé que me espera tierra solitaria pero casi lo agradezco esta mañana.
El viejo camino se encrespa suavemente en los perfiles de la loma de Palomeras. En otoño es mejor no venir a estas tierras; deberían ser el imperio de las aves viajeras pero son dominio de los cazadores que les acechan tras cada arbusto como los viejos carabineros de frontera. Fronteras marcadas desde antiguo también por otros hitos más macabros aún que las palomeras, todos emblemas de muerte. Son los bunkers de la “Línea P (Pirineos) o Línea Gutiérrez” –este era el nombre de uno de los coroneles de infantería que participó al parecer en el diseño de la fortificación- que debiera haber prevenido una invasión aliada desde Francia tras la Segunda Guerra Mundial. Nada sucedió y nunca un bunker fue utilizado para propósito bélico alguno pero ahora acompañan a cada trecho.
Así es el mundo de contradictorio cuando se cruzan las tierras más abruptas de esta Navarra pirenaica, en pleno Señorío de Bertiz, donde cada caserío es un paraíso apartado.
Alkurruntz parece hacerle la competencia a Aitxuria y me desafía. No puedo coleccionar todas las cimas, a mi pesar, aunque también es posible otro desvío a esta picuda pirámide. Por hoy la dejaré de lado a sabiendas de que en esta etapa tengo poco más que colinas para coronar. Están después de pasar Eskisaroi y aunque ahora este lugar ha perdido ya toda su actividad tradicional no deja de mantener una importante fuerza simbólica. Porque, como ahora, fue siempre una encrucijada de caminos fundamental; de arrieros transportistas, de contrabandistas y de ganaderos. Elizondo está cerca y todos los intrincados caseríos de la comarca tuvieron un paso por Eskisaroi. Ante la explanada de la antigua venta se congregaban cada verano, en agosto, por San Bartolomé, gentes llegadas de todos los pueblos del contorno. Rezaban la romería al santo y por supuesto festejaban la reunión con placeres para el vientre, cosa siempre importante en estos lugares solitarios.
Poco más que un caminante despistado o acaso un ganadero sorprendido de encontrar a un caminante se tropieza uno por estos pagos. Lo más, ganados tranquilos que pacen a sus anchas: vacas, ovejas y caballos. Casi siempre están ventilándose del calor del verano por Oiarmunho y Atxuela, las máximas elevaciones de esta jornada de tránsito. Sólo helechales y praderas coronan estos paisajes que miran a Baztan y a los confines de Iparralde.
De camino, antes de cumbrear Atxuela, le sale al paso al caminante una misteriosa cruz de hierro, soportada en una raída estaca. Me gustaría poder preguntar, pero no encuentro a quien; topar con alguien que explique la razón de este hito en la nada de los caminos de montaña. Al menos quienes acaban de renovar el GR11 se han tomado el trabajo de limpiar el balizaje que antes habían pintado sobre este símbolo. Gracias.
Las cuestas se acaban en Atxuela; al menos las que van para arriba. Ahora toca bajar, con la mirada puesta en Autza, que se ve muy grande, destrepando helechales y caminos de trote hasta la ermita de San Fermín, donde ya está el espacio urbanizado de Azpilkueta.
Asentada en un estratégico balcón que tiene el valle por panorama, esta Azpilkueta supo colocarse al pie de un viejo camino que antes recorrieron peregrinos y guerreros. Entre sus casas de piedra roja, en el solar de los Jaso, fue concebido el patrón navarro: San Francisco Javier.  La torre medieval que fue su primera morada ya desapareció pero el pueblo sigue protegido arrimando sus propias casas entre sí.
Bajando de Azpilkueta debe verse, si las nubes no lo impiden aquí donde más llueve en Euskal Herria, el vallecito que abriga a Amaiur, a los pies de Otsondo y Gorramendi. Un monolito se yergue sobre un cerro acastillado. En aquella fortaleza se sucedieron una tras otra repetidas invasiones desde el siglo XIII. Allí estuvo el último bastión desde el que los agramonteses defendieron a muerte el reino de Navarra. El castillo de Amaiur sucumbió ante los castellanos tras una heroica batalla en julio de 1522. Nada pudieron hacer doscientos hombres, entre los que estaban el padre y el hermano de San Francisco, contra los diez mil asaltantes que rodearon la colina. Pero aquel es todavía el más potente símbolo de la lucha secular por la independencia de Navarra.
A poco que oigamos una conversación entre Azpilkueta y Erratzu sabremos que estamos en Baztán, porque el euskera de esta tierra tiene música propia, tiene sonido de montañas, gesto amable en la palabra.
Arizkun está en silencio cuando cae la tarde. Porque hoy no ha salido su oso furioso. Sólo sale el martes de carnaval enfurecido por su encadenamiento. Y todavía, pese a su insistencia, no ha conseguido liberarse de la cadena de su domador que lo arrastra año tras año por la fiesta.
Erratzu está a un paso, de camino vecinal, de camino ahora asfaltado pero que siempre tuvo tránsito de vecinos, de amigos.









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