27 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. Alta Ruta vasca. Belagua (Erraize)-Anie-Lescun . Caos y paraíso


 ETAPA 10. Belagua (Erraize)-Anie-Lescun


Caos y paraíso

La recordaré como la noche que Faraday me salvó. Impetuosa. Las nubes no eran traicioneras, avisaban. Llegaron los truenos primero, enseguida los relámpagos, sacudiendo las cumbres, atemorizando al montañero. Los prados de Erraize hacía tiempo que estaban desaparecidos, como en la nada; de pronto un chasquido imponente hizo vibrar el suelo. Yo estaba encerrado en la minijaula de nylon, como la de Faraday, seguro en el cajón. Apenas me había atrevido a asomarme un instante cuando aún los relámpagos caían a la altura de Kartxela pero ya no volví a sacar la cabeza. Luego llegó también el aguacero, breve, intenso. A continuación el sueño.
Así fue la noche: inolvidable. ¡Salvado por la campana!
Pero -esto es el Pirineo- la mañana luce brillante. Imprescindible para afrontar un reto, el de llegar sin extraviarse a Añelarra y guardar fuerzas para trepar al Anie, después, y bajar aún en busca de Lescun, por fin.
Me despido de los rebaños que ya se han arrimado a las bordas para que les acaricien las ubres. Soledad total camino de Zanpori. Salvo el ganado y girones de nubes que se disuelven reina la paz absoluta entre los lapiaces que se suceden en continuidad aparente, pero que en realidad son un caótico rosario de altibajos.
La atención es necesaria, a los escasos hitos, a las marcas que los espeleólogos pintaron para conducirse por estos rincones hace ya mucho, al gps más que al mapa, que se convierte aquí en un papel bastante inútil. Se ve a un paso la cima de Añelarra, cuando se ve, pero está muy lejos en camino. Eso sí, no nos quita nadie un tránsito salvaje, cambiante y sorprendente en el que uno se pregunta qué pastor construyó la arruinada cabaña de Leizerola. Allí sola, justo donde unas praderas despuntan entre calizas y pinos negros retorcidos.
Cuando el sube y baja termina acertando con los pasos en la cresta de Añelarra, aunque aún queda lo suyo, uno está ya salvado. Porque sólo resta trepar y cabalgar el fragmentado filo que concluye en la cima. Que es sin duda un fabuloso mirador sobre el caos absoluto de rocas de ese corredor que separa el Auñamendi o Anie y la cima de Hiru Erregeen Mahaia sobre el desierto de piedra de Larra, también una de las mejores perspectivas del mismo Anie.
Ser capaz de atinar de nuevo con el buen paso hacia el sendero del Anie es otra proeza. Si se consigue con acierto no importará regalarse la cima de frontera, si uno termina maldiciendo las rocas, mi caso, es probable que deje el Anie para otro día. Una cima, por cierto, que es bearnesa y no vasca, pero eso aquí no importa.
La cima es simbólica y el colofón de esta travesía extraordinaria. El reinado sobre la tierra y sobre los valles. Una pirámide bella, se mire por donde se mire, que nos ha fabricado mitos en el subconsciente y que parece que debemos ascender una vez en la vida.
Así el montañero redondea además la imagen del Anie si después de haberlo subido por esa concurrida ruta normal se decide a atravesar las inmensidades de roca pálida de Larra para llegar al collado de Anies. Me siento como un pulpo en un garaje viajando por estos parajes más propios y dignos de sarrios que de hombres sedientos a la vez que admiro el trabajo de la naturaleza modelando montañas de esta manera. Esto me pasa mientras el Anie me va proporcionando sucesivas estampas impresionantes, mientras la niebla se eleva desde el valle de Lescun cubriendo el mundo que puedo ver.
Apenas descender un poco del collado la mejor sorpresa espera en una pradera. Un arroyo limpio dibuja meandros frescos en un paraje insólito. Me tienta quedarme a vivaquear porque el amanecer desde aquí debe ser espectacular. Las cabañas de Azuns a los pies, Camplong en el horizonte, Anie sobre la cabeza… pero me temo otra noche húmeda y voy a intentar buscar la cabaña de Lacure que me pilla de camino.
Despido a unos jóvenes que han avituallado en el manantial y marcho solo entre la niebla. El sendero es difuso y sólo el gps y las buenas referencias del mapa me ayudan a encontrar la cabaña. Tengo luz suficiente para llegar a Lescun pero prefiero amanecer aquí arriba y saber lo que tengo a mi derredor. No me espera nadie abajo y me quedan víveres para no morir de hambre así que decido dormir en el suelo aunque no es el mejor de los colchones.
Amanezco bajo el sol mirando a la barrera de Camplong mientras se ilumina con la lámpara gigantesca. El final de la travesía es excepcional, terminando de rodear el Anie hasta el plateau de Anaye donde pasa el verano con sus rebaños un solitario pastor. Pero el colofón es aún perfecto; bajando un camino cortado a pico, vertiginoso y zigzagueante sobre una cascada impetuosa que se desliza finalmente en los verdores del plateau Sanchèse. Lescun queda aún a un trecho pero tendrá que esperar porque este es el mejor lugar para poner punto final a la Alta Ruta del Pirineo Vasco.







No hay comentarios:

Publicar un comentario