27 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. Alta Ruta vasca. Belagua (Erraize)-Anie-Lescun . Caos y paraíso


 ETAPA 10. Belagua (Erraize)-Anie-Lescun


Caos y paraíso

La recordaré como la noche que Faraday me salvó. Impetuosa. Las nubes no eran traicioneras, avisaban. Llegaron los truenos primero, enseguida los relámpagos, sacudiendo las cumbres, atemorizando al montañero. Los prados de Erraize hacía tiempo que estaban desaparecidos, como en la nada; de pronto un chasquido imponente hizo vibrar el suelo. Yo estaba encerrado en la minijaula de nylon, como la de Faraday, seguro en el cajón. Apenas me había atrevido a asomarme un instante cuando aún los relámpagos caían a la altura de Kartxela pero ya no volví a sacar la cabeza. Luego llegó también el aguacero, breve, intenso. A continuación el sueño.
Así fue la noche: inolvidable. ¡Salvado por la campana!
Pero -esto es el Pirineo- la mañana luce brillante. Imprescindible para afrontar un reto, el de llegar sin extraviarse a Añelarra y guardar fuerzas para trepar al Anie, después, y bajar aún en busca de Lescun, por fin.
Me despido de los rebaños que ya se han arrimado a las bordas para que les acaricien las ubres. Soledad total camino de Zanpori. Salvo el ganado y girones de nubes que se disuelven reina la paz absoluta entre los lapiaces que se suceden en continuidad aparente, pero que en realidad son un caótico rosario de altibajos.
La atención es necesaria, a los escasos hitos, a las marcas que los espeleólogos pintaron para conducirse por estos rincones hace ya mucho, al gps más que al mapa, que se convierte aquí en un papel bastante inútil. Se ve a un paso la cima de Añelarra, cuando se ve, pero está muy lejos en camino. Eso sí, no nos quita nadie un tránsito salvaje, cambiante y sorprendente en el que uno se pregunta qué pastor construyó la arruinada cabaña de Leizerola. Allí sola, justo donde unas praderas despuntan entre calizas y pinos negros retorcidos.
Cuando el sube y baja termina acertando con los pasos en la cresta de Añelarra, aunque aún queda lo suyo, uno está ya salvado. Porque sólo resta trepar y cabalgar el fragmentado filo que concluye en la cima. Que es sin duda un fabuloso mirador sobre el caos absoluto de rocas de ese corredor que separa el Auñamendi o Anie y la cima de Hiru Erregeen Mahaia sobre el desierto de piedra de Larra, también una de las mejores perspectivas del mismo Anie.
Ser capaz de atinar de nuevo con el buen paso hacia el sendero del Anie es otra proeza. Si se consigue con acierto no importará regalarse la cima de frontera, si uno termina maldiciendo las rocas, mi caso, es probable que deje el Anie para otro día. Una cima, por cierto, que es bearnesa y no vasca, pero eso aquí no importa.
La cima es simbólica y el colofón de esta travesía extraordinaria. El reinado sobre la tierra y sobre los valles. Una pirámide bella, se mire por donde se mire, que nos ha fabricado mitos en el subconsciente y que parece que debemos ascender una vez en la vida.
Así el montañero redondea además la imagen del Anie si después de haberlo subido por esa concurrida ruta normal se decide a atravesar las inmensidades de roca pálida de Larra para llegar al collado de Anies. Me siento como un pulpo en un garaje viajando por estos parajes más propios y dignos de sarrios que de hombres sedientos a la vez que admiro el trabajo de la naturaleza modelando montañas de esta manera. Esto me pasa mientras el Anie me va proporcionando sucesivas estampas impresionantes, mientras la niebla se eleva desde el valle de Lescun cubriendo el mundo que puedo ver.
Apenas descender un poco del collado la mejor sorpresa espera en una pradera. Un arroyo limpio dibuja meandros frescos en un paraje insólito. Me tienta quedarme a vivaquear porque el amanecer desde aquí debe ser espectacular. Las cabañas de Azuns a los pies, Camplong en el horizonte, Anie sobre la cabeza… pero me temo otra noche húmeda y voy a intentar buscar la cabaña de Lacure que me pilla de camino.
Despido a unos jóvenes que han avituallado en el manantial y marcho solo entre la niebla. El sendero es difuso y sólo el gps y las buenas referencias del mapa me ayudan a encontrar la cabaña. Tengo luz suficiente para llegar a Lescun pero prefiero amanecer aquí arriba y saber lo que tengo a mi derredor. No me espera nadie abajo y me quedan víveres para no morir de hambre así que decido dormir en el suelo aunque no es el mejor de los colchones.
Amanezco bajo el sol mirando a la barrera de Camplong mientras se ilumina con la lámpara gigantesca. El final de la travesía es excepcional, terminando de rodear el Anie hasta el plateau de Anaye donde pasa el verano con sus rebaños un solitario pastor. Pero el colofón es aún perfecto; bajando un camino cortado a pico, vertiginoso y zigzagueante sobre una cascada impetuosa que se desliza finalmente en los verdores del plateau Sanchèse. Lescun queda aún a un trecho pero tendrá que esperar porque este es el mejor lugar para poner punto final a la Alta Ruta del Pirineo Vasco.







23 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. Alta Ruta vasca. Etapa 9 Ardané- Belagua. Crestas de verdad


 ETAPA 9.  Ardané- Belagua


Crestas de verdad

No puedo amanecer mejor. Entre nieblas y casi rodeado por los rebaños. Han venido a pasar la noche al fresco a estos cerros y al mover la mañana también las ovejas se mueven, ordenadamente, en fila india. Cumplen el ritual de cada amanecer y lo se porque enseguida llegan las pastoras a su encuentro. Si, aquí también hay pastoras y casi les envidio cuando veo que marchan, pausadamente, a paso de oveja pastando, de camino a la cresta de Otsogorrigana. Toman el camino que trae el GR al encuentro del sol que ya calienta allá arriba. Pero ayer vine de la cima y hoy me queda una buena pechada así que me conformo con mirarlas, a las pastoras y a las ovejas, alargándose en el sendero, las primeras conversando, las otras a lo suyo, picando hierbas.
Aprovecho el abrevadero de las ovejas para refrescarme y rellenar mis depósitos –el baño ya lo tomé por la tarde- antes de arrancar hacia la cresta de Txardekagana que, como está donde los imperios pusieron la frontera, tiene este nombre para unos, y es Barazea para otros. Yo me quedo con los dos y mientras miro la que desde este collado se ve como una picuda cumbre me decido a ir por el camino de la cresta, dando un rodeo. Después agradezco haberme desviado porque las rocas caen a pico en un pasillo impresionante y que, estoy seguro, ningún coleccionista de cumbres ha visto.
La pendiente de Barazea se hace dura pero es corta y tiene como intercambio proporcionar magníficas perspectivas. El vértigo me acompaña, inevitablemente, cuando me tiro a crestear a la segunda cima. Menos mal que mi mochila es ligera y que no hay viento porque de ser así habría tomado las de Villadiego sin caminar la travesía. El “a pico”, como diría un francés, es impresionante y más acompañado por el vuelo próximo de los buitres. ¿Intuirán algo?.
El collado de Belai es un balcón de pastores. Sin duda vienen a este lugar para controlar donde están sus ovejas transfronterizas. Como a ellas nadie les pide la carta de nacionalidad se van donde mejor hierba encuentran. Digo esto porque aquí montañeros se ven pocos, menos que pastores, y, casi siempre, unos y otros solitarios. Me tienta evitar la subida aérea a Kartxela porque el sendero que bordea su base, el balizado, es como muy amable, con sombritas, sin cuestas… pero el objetivo me manda para arriba. Por una línea ventilada y luego inventándome un sendero inexistente ya que ni las ovejas han trazado uno de verdad por este lado hasta la cima. Pero se sube fácilmente al mejor mirador de todo el valle de Belagua. Es un lugar para quedarse, con los buitres, con el raro quebrantahuesos que sabemos sobrevuela Belagua en los últimos años, con la brisa y mirando a las nieblas que frecuentan a menudo el collado de Arrakogoiti.
Estudio el terreno y las nubes que acechan. Veo la continuidad de la cresta, por Binbaleta y por Lakora e intuyo la conveniencia de evitar el tramo de Binbaleta a Lakora por lo abrupto. Con esa reflexión y mi voluntad de dejar Belagua a un lado para marchar a vivaquear hasta el collado de Erraize camino cuesta abajo. Es un bello sendero, abrupto como es también esta vertiente de Kartxela y toda su alineación altiva que llena algunas de las más bellas imágenes del Pirineo Navarro.
En el collado de Binbaleta me esperan los caballos. Supongo que para que les haga fotos y les acaricie, no creo que estén aquí para tomar el aire. Como Binbaleta es una tachuela hago un ir y volver porque desde allí se obtiene la mejor panorámica de Keleta, la escarpada prolongación cimera de Kartxela hacia el valle. Y así llevo otra sensación más en la mochila.
El balizaje desciende en picado desde el collado hacia Belagua y hay que seguirlo por necesidad rompiéndose las piernas hasta Arrakogoiti que también llaman Urdaite. El sitio es un poco mágico, bello, casi pintoresco.
Voy intentando perder el mínimo de altura posible así que abandono enseguida el balizaje que baja hacia el refugio de Belagua y mantengo la alineación hacia Lakora. Mejor es la panorámica, más aérea, con todo el Pirineo desplegado desde esta altura. Cuesta un poco el repecho pero me distraigo pensando en las “golondrinas”, las alpargateras del valle de Roncal que marchaban cada año a trabajar durante la temporada a Mauleon. A pie, por estos parajes, varios días de marcha; desde luego no lo hacían para admirar paisajes ni para reconfortar su espíritu con los espacios abiertos como estoy haciendo yo. Otra vez vuelvo a ser un privilegiado.
A un salto queda –demasiado abajo para mis piernas- la Venta de Juan Pito. Tampoco me importaría irme a comer unas migas de pastor y unos huevos con patatas pero el plan de la siguiente etapa ya no sería eficaz. Así que emprendo repechos por la cresta de Lakora, arriba y abajo mirando a dos estados, a tres nacionalidades, por lo menos, pero a un mismo país que es el de las montañas. Entre ovejas y flores y con temor por lo que llega del norte en forma de nubes bajo suavemente al collado de Erraize. Bajo aún un poco más en busca de agua hasta las praderas y este será, espero, mi dulce colchón. Buenas noches.


        





18 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. Alta Ruta vasca. De Organbide a Ardané. Acariciando el Orhi y más, de dos mil para arriba






 ETAPA 8. Organbide-Ardané

  
Acariciando el Orhi y más, de dos mil para arriba

Es raro pero no hay niebla esta mañana en Irati. La canícula anunciada estará solo suavizada por el viento que sin duda azotará como también es costumbre en el Orhi.
Ahora la meta son las montañas, de verdad. No se van a acabar los prados, eso nunca, pero sé que veré encresparse los repechos y las aristas, primero en el Orhi pero después también en Txardekagaina, en Lakora y sobre las cimas rocosas de Belagua.
El bosque acompaña un poco, muy poco, mientras se inicia el camino hacia la cresta herbosa de Mehatse; enseguida es el valle de Logibar con los caseríos de Larrañe en el fondo la mirada dominante, con el Orhi por supuesto en la cabeza.
Pronto la tierra del pastoreo se hace presente, también la del cazador ya que se hace inevitable tropezar el gesto con los puestos que asaltan a las palomas en cada una de sus migraciones. Inevitable también el tropiezo con la prehistoria. En la cuerda de Lapatignegagne el primero de los crónlechs de esta cuerda se esconde entre la hierba, casi encima de una de las tradicionales majadas que amanecen mirando al tótem del Pirineo. Y por allí el montañero viaja aéreo en un subir y bajar campestre; así hasta rebasar la alineación de crónlechs de Millagate. Se acabaron los respiros; ahora una cuesta infinita lleva hasta Zazpigaina y bendito camino este que descubre a quien no lo conoce un Orhi inédito, solitario y salvaje. La cresta de Zazpigaina parece inaccesible desde lejos pero el paso se franquea fácilmente, es encantador trepar y destrepar entre las lajas desprendidas de esa arista esbelta y aérea. Y quien crea que no se le pueden poner puertas al campo se dará cuenta de que estaba equivocado; en el Ori hay una que debe abrirse para continuar la senda que el pastor cierra a sus ovejas para que no se le vayan al otro lado de la frontera. Así es el mundo: mugas y puertas hasta en las montañas.
La cresta que lleva al Orhi es luego empinada y siempre venteada; el primer dos mil de la cadena, el más occidental de los grandes es picudo y afilado, un mirador perfecto hacia Irati pero sobre todo al gran Pirineo.
Hay que disfrutar un tiempo de este privilegio, mirar y mirar. Desde aquí veo casi todo lo que me queda de recorrido: una sucesión de cimas y crestas que motivarían a recorrerlas a cualquiera que suba hasta aquí arriba.
2017 metros. Magia y leyenda, mito y realidad están aquí concentrados en este pináculo aéreo. La dominancia visual de esta cima desde casi todos los horizontes la ha convertido en una referencia desde la prehistoria. Algunos estudiosos presumen que la figura y posición de esta cima en el horizonte pirenaico está directamente relacionada con la ubicación de muchas de las necrópolis y conjuntos de crónlechs que se elevan en el contorno. Más cerca en el tiempo nos quedan testimonios como la canción de Etxepare o algunos refranes que desde ambos lados de la montaña lo evocan: Orhiko txoria, orira tira; dice uno navarro.
El sendero que lleva desde la cima de Orhi al puerto de Larrañe está más trillado, es una trocha erosionada en la ladera por los pies de muchos cientos de excursionistas y montañeros que se bautizan con el primer dos mil pirenaico por el camino más fácil. Inevitable cruzarse con ellos en este tramo multitudinario, también con sus vehículos y el ambiente campestre que reina en el puerto cada día del verano disculpado por las nieblas. Permanezco el mínimo tiempo posible antes de cabalgar por la eterna cresta herbosa de los “gaina”, una sucesión de lomas cuya toponimia lleva este apellido: Atxurterigaina, Betzulagaina, Gaztarrigaina y por fin Otsogorrigaina. Se pueden evitar casi todos los altos pero yo no lo hago, así presumiré haber hecho la Alta Ruta más alta posible. Entre boñigas y vacas, entre ovejas y cagarrutas, vigilado por los buitres casi siempre, salto de prado en prado con emoción, entre Nafarroa y Zuberoa, no en vano los mojones de la frontera marcan casi con exactitud la alineación del camino a seguir.
Aquí se demuestra el valor de la autonomía. Pasado el puerto de Larrañe queda un buen trecho hasta conectar con Belagua. Fácil de hacer en el resto de la jornada si se evitan las cumbres, pero casi imposible si se ascienden todas. Por eso he decidido terminar mi etapa tras coronar Otsogorrigaina, en soledad, cuando ni caminantes ni turistas andan por el entorno. El tiempo es espléndido y mi tienda es abrigo suficiente para permanecer en las proximidades del collado de Utururdineta. Tendré así la compañía cercana de Otsogorri y Barazea. Bajo un poco para aprovechar la fuente del abrevadero de la majada de Pista. Y… ¿por qué no?, también tomo un baño que mi cuerpo agradece inmensamente. Incluso en estos parajes hay placeres naturales insospechados. Sólo el rebaño del Otsogorri es testigo.







16 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. Alta Ruta Vasca. De Egurdi a Organbide. Por donde el Pirineo emite energía sobrenatural


 

ETAPA 7. Egurgi-Organbide

  
Por donde el Pirineo emite energía sobrenatural

Al alba, tras un té caliente, me despido con buenos deseos para el camino de mis compañeros de noche. Ellos caminan hacia el mar de Hondarribia, yo en sentido inverso; todos cruzando rutas y experiencias.
Partir siempre es difícil, más si un río cantarín ha arrullado tu sueño y los pájaros entonado tu despertar. Así, con la suma de las esquilas de las cornudas ovejas manexas que pastan en Irati, se levanta el caminante en Egurgi. Y como acostumbra a hacerlo temprano el rocío acaricia necesariamente sus pies mientras cruza la regata de Egurgi. A sabiendas de que Okabe es un primer objetivo, y no por conocido menos atractivo, me lanzo cuesta arriba entre bordas pastoriles en busca de un camino desconocido para mis pies. Los pastores de Egurgi se levantaron ya hace tiempo, también sus perros, no digamos sus rebaños que ya pastan entre los hayedos para cuando llego a su altura. Prado y bosque, bosque y prado me llevan después de haber repostado agua fresquísima en las fuentes de Kontratxaro. Es una bendición topar con estos manantiales en los lugares más insospechados, al pie de una ladera o en el rincón escondido de un bosque. No puedo evitar tomar un hamaiketako de frutos secos, me lo pide el estómago y la fuente.
Urkulu está aquí también, sin monumento romano esta vez, en forma de promontorio redondeado y herboso pero azotado por un viento de mil demonios esta mañana, tanto que agradezco poder caminar al abrigo en la vertiente norte y evito tomar la cresta. Hay un balizaje por este paso pero es tan imperceptible que más me vale prestar atención. Por el contrario es delicioso el avance por la escarpadísima pendiente que se descuelga desde Urkulu a los barrancos de Artxilondo. No puede ser más salvaje el espacio que lleva este camino  hacia el collado de Kurutxe donde me abraza de nuevo el hayedo, solitario, abrupto, mágico. Es casi llano el tránsito hasta el collado de Oraate, lo que agradezco; menos que encontrar la carretera pastoril que lo alcanza desde el chalet Pedro y que resta encanto a esta pradera herbosa.
Estoy deseando desembocar en los rasos que ocupan los cromlechs de la necrópolis de Okabe; para mí este lugar está lleno de encanto y misterio al mismo tiempo, permite intuir, casi sentir, el pasado de los más antiguos habitantes de la tierra vasca. No soy el único; hoy hay concurrencia entre los círculos de piedras: caminantes, viajeros, montañeros… de todo. Incluso algún iluminado a la búsqueda de las energías del Pirineo. No puedo evitar preguntar a quien veo primero tumbado en el centro de un cromlech, luego sosteniendo un péndulo en equilibrio.
-      ¿Qué es lo que buscas?
-      La energía, y sí que hay.
Me responde en correcto francés al tiempo que me muestra un libro que se titula algo así como “Energie des hautes lieux en France”.
Acaso sea esa la respuesta a la instalación de los monumentos funerarios, acaso el emplazamiento estratégico mirando al Orhi que desde aquí domina un horizonte inmenso. Con esa contemplación es una maravilla caminar cuesta abajo en busca de un camino nuevo para esta alta ruta. Porque aunque otras guías proponen seguir el GR10 esta tiene mayor encanto. Crestear Mendibel es mucho más hermoso. Y por allí va este camino.
Una tortuosa pista permite bajar cómodamente al collado de Surzai, hábitat pastoril de excepción que es paso obligado hacia las pendientes de un Saroiberri tan apartado como simpático, tránsito fácil hacia el collado de Burdinkurutxeta. Allí es normal encontrarse a los turistas mirando los panoramas de Irati y, claro, también miran sorprendidos al caminante que sin dudarlo se lanza por el sendero que remonta atrevido hacia Mendibeltza que también llaman Mendibel.
Entre ovejas y hierbas altas que el viento mece y acaricia, despistando la mirada a ratos en los peñascos de conglomerados que sobresalen como champiñones gigantes, avanzo por el camino hasta Mendibel. Al costado el barranco estremece, más si se mira desde las figuras extrañas que la erosión ha tallado en las rocas de la cima. La larga cresta que se estira hasta Eskaleta es un mirador aéreo sobre Irati y todo el Pirineo y pese a los sube y baja de la ruta casi ni me entero de tanto gozar viendo horizontes. Xardeka y Arthanolatze preceden en esta sucesión a Eskaleak. Y luego ya es bajar, al encuentro del bosque magnífico, de las hayas que dibujan sombras de bruja, al abrigo de la humanidad que proporciona el refugio y la vecindad de Organbide.
Hoy toca ducha y supermercado, la última oportunidad hasta Lescun y hay que aprovisionar bien porque llega lo más duro. La despensa tampoco es muy generosa: pan, lo justo, alguna lata, galletas, embutidos… no hay más pero uno se puede regalar una cena servida como homenaje a lo que le espera. Yo no me resisto.










12 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. Alta Ruta vasca. De Orreaga a Egurgi. Entre peregrinos y pastores


ETAPA 6. Orreaga-Egurgi

 Entre peregrinos y pastores

En Orreaga el madrugón es casi obligatorio. Incluso más si se ha acudido de víspera a la celebración de la misa del peregrino. La verdad es que no es necesario ser muy católico para participar en este ritual porque es más una comunión de espíritu que de devoción. Siete, ocho o los idiomas que sean necesarios, indumentaria caminera y ánimo convivencial son los ingredientes fundamentales.
Alguien me dirá que esto poco tiene que ver con la Alta Ruta y yo digo que mucho. Pasamos por los caminos y por las cimas como los viejos aventureros, para buscar, mirar y para encontrar. Y esto está ahí al costado del camino y como los pájaros, las nieblas y los panoramas nos enseña cosas de la vida.
Con las cosas de la vida se marcha uno de Orreaga, o de Ibañeta si se ha quedado por ahí, o acaso de las inmediaciones de Lepoeder, un buen sitio para vivaquear mirando al horizonte. Cuesta arriba hasta el collado, hasta el puerto épico que parece el máximo objetivo del peregrino. Ellos llegan, nosotros marchamos en sentido contrario. Aquí, uno de los puntos más severos para el peregrino, se le  empieza a presentar al rutero pirenaico la montaña verdadera. Aquí tiene la oportunidad de mirar el despliegue de la cadena y siente ganas de ir muy lejos.
Si además el Pirineo se abre sobre un manto de nieblas entonces el caminante sabe que está en el lugar perfecto. Justo estoy pensando así cuando he decidido abandonar la seguridad del paso trillado por los carros y también a los peregrinos, dejarles en su camino marcado, el que llega junto a la ruina de la ermita de Elizatxarra y la fuente de Bentartea donde cuentan las leyendas que Roldán, herido de muerte, pidió agua para apagar el fuego que quemaba sus entrañas. Tras pasar la loma de Menditxipi me desvío a la pradera y trepo una cresta sin senda a la búsqueda de los altos de Txangoa. Y desde luego que no me arrepiento cuando salgo sobre las nieblas y estas comienzan a deslizarse bajo mis pies. Unos instantes después mi propia silueta proyecta su sombra en las nubes flotantes y un magnífico espectro de broken se forma como por arte de magia. Momentos como estos no hay muchos pero nunca se olvidan.
Ahí, a un paso, se eleva Urkulu, el torreón misterioso que, dicen, fue levantado como un gigantesco trofeo romano, para conmemorar la victoria del Imperio sobre los Aquitanos y los Íberos del Norte, para recordar a los pueblos indígenas quién era el poderoso y dominador de estas vías de comunicación.
De camino, bajando casi por la línea de mojones fronterizos espera primero el collado de Arnostegi. Seguimos en tierra de minas; más de diez tajos se explotaron en el contorno, como en el mismo Txangoa; desde ellos se llevó el material arrancado hasta la ferrería de Olazar, encajada en el barranco, apenas medio kilómetro aguas arriba de la afamada fábrica de municiones de Orbaizeta.
Ahora sí, sólo queda subir el fuerte repecho a Urkulu. Puede evitarse llegar a su cúspide pero no lo hagas pues no te lo perdonarías. Reconforta sentarse a escuchar a estas piedras milenarias, talladas con perfección para trazar un círculo potente, mirando a Levante para ver al Pirineo estirarse más y más hacia el cielo.
El GR 11 está al pie de Urkulu, vigilado por el dolmen de Soroluze, siempre atisbando el paso de los pastores de la majada de Azpegi. Aquí el caminante esta rodeado de historia y prehistoria: el torreón, las minas y las ferrerías, los monumentos funerarios…
Bajando a Azpegi hay que decidir camino: tirar hacia Mendilaz, lo que no recomiendo más que a quien desee extraviarse en un bosque salvaje, o desviarse hacia Organbide. Y de nuevo decidir si hacer la Alta Ruta por Errozate o por Mendizar, si bajar a buscar cama a Beherobie o marchar a dormir hasta Egurgi. Yo ya lo tengo decidido después de dos ensayos con poco éxito. Uno que terminó en la boca del lobo por los lapiaces de Mendilaz y otro bajo la lluvia en la cueva de Harpea. La opción de Mendizar, salvo que la niebla sea muy traidora, es muy interesante, campestre y amable. Va llevando suave suave hasta la fuente atrapada de Loigorri (imposible tomar agua si no es en la balsa del ganado) y luego se encarama hasta coronar Mendizar. Y esto es todo un privilegio, ir constantemente mirando cuando cae la tarde al esbelto Errozate, y de paso a todos los paisajes de ese Irati que pronto tenemos por escenario de correrías. La bajada rompepiernas a Egurgi es de las que hay que tomar con calma, directa al bosque donde espera un refugio de los que gustan, con fueguito para asar un choricillo, para conversar al calor de las brasas después de un baño fresco en el río. Sinceramente, mejor que una cama en Orreaga.











8 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. De Aldudes a Orreaga. Oliendo a hierro y pólvora


 

ETAPA 5. Aldudes-Orreaga

 Oliendo a hierro y pólvora

Amanecer en el campo siempre le aporta a uno algo de incertidumbre. Hoy también. Si ayer se encendieron, brillantes, las estrellas en el cielo, hoy quienes se han hecho dueñas de su azul son las nubes bajas. Han acariciando la tienda ultraligera durante todo el tiempo de oscuridad dejando una película de miles de gotitas y esa es mi compañía cuando asomo la cabeza sobre Aldudes. El panorama no es el que esperaba pero… El té con galletas entra como una caricia además de ser útil para calentar las manos. Calentamiento previo antes de despedir los tejados de Aldudes desde el promontorio-atalaya que me ha cobijado marchando hacia Otsamunho. Hay quien desde Aldudes emprende las pistas de los hayedos de Haira para alcanzar las colinas de Lindus y luego Ibañeta y Orreaga. Pero se dejan una cima interesante y a ella me voy.
El camino inicial es evidente, marcando un sendero de esos que parecen trazados meticulosamente por un jardinero. No en vano arranca en el collado que tiene por nombre Lepoeder. Y se encarama a las laderas de Otsamunho, un monte de esos que casi sólo conocen sus vecinos, sin campanillas, sin cimas altivas, sin historiales; pero hermoso. Y con capacidad evocativa porque su nombre no significa otra cosa que colina de lobos. No los veremos pero si a los ganados, ovejas, caballos y vacas en abundancia en país de buenos pastos. Ladeando por Haritzilo no encuentro a nadie más que a un pastor con sus perros. Ha madrugado más que yo porque está ya de regreso entre las nieblas. Cresteando la ladera campestre de Otsamunho el día comienza a sonreir. Lo hace abriéndose en luces que enseñan el Autza en guiños primero y luego mandando disiparse a las brumas.
¡Ay, qué miedo! Lo que parecía una jornada triste se va a convertir en canícula.
Y desde Otsamunho me espera una ristra de toboganes a pleno sol, praderas y colinas, una detrás de otra. La primera es Errola que me lleva de bajada al collado de Meharroztegi. Hay aquí algo de coincidencia en estos dos topónimos tan transparentes. Bajo Otsamunho está Banka, que tuvo antes otro nombre: Iturrigorri, evocación evidente del color de sus aguas. Ya me habían dicho, que esta es tierra de minas, de hierro y de cobre que ya buscaron los romanos, metales que enriquecieron el valle y cuyas huellas tampoco debían faltar en las montañas. Así pasa en este collado de Meharroztegi. Venía caminando con la sospecha incitada por esos nombres de montaña y collado, como el protagonista de la canción de Silvio Rodríguez, con la mirada puesta en el andar pero en este caso también en donde iba poniendo los pies, y así fue como las encontré. Las escorias de las ferrerías de viento, los restos de la probablemente fundición más primitiva del hierro de Aldudes han quedado en la pista que desciende de Errola. Son como una piedra más pero su brillo oscuro y la forma redondeada las delata; aquí debieron estar los viejos ferrones azuzando las ascuas de sus hornos.
Hoy el calor aprieta ya como un horno por estas alturas y el repecho que viene castiga. Luego son más cuestas aún en busca del collado donde se sitúa la majada de Lindux. Pero, esquivando la ruta que transita al este me voy buscando el cobijo de los hayedos. Y la sombra fresca de uno de ellos es el cobijo ideal para una siesta consecuente con un frugal almuerzo. La fuente de Hayra me ha permitido un baño impúdico que redondea todos los placeres posibles en estos parajes.
Más allá otra fuente permite otro refresco, al pie de la majada de Lindux. La montaña puede evitarse con sólo seguir la pista pero el corto repecho es una suerte de bellezas. Las nubes parecen jugar a adornar el cielo, a componer mis fotografías y a tapar el sol por instantes. Entretenerse en ello ayuda a soportar la falta de aliento. Es la última cuesta arriba de la jornada. Para conquistar la fortaleza de Lindux, una más de las trincheras plantadas para defender las fronteras de los ejércitos de la Convención, lanzados contra Nafarroa desde junio de 1793. De los cerca de veinte mil hombres de la fuerza militar española destinados a esta causa fronteriza mil estaban en la línea de Orreaga. Tres años inútiles de resistencia para tener que claudicar ante los ejércitos de Napoleón.
Esto explica qué buscaban en Lindux en una ocasión una pareja de ingleses; hurgaban en las pedreras de las trincheras del Turrao y del Castillo, escarbaban y rebuscaban algo sólido y allí seguro no había ninguna lentilla.
Una mirada al horizonte de las encrucijadas. Aquí confluyen varios cordales significativos, cada uno buen trazado de otra posible variante alternativa de esta Alta Ruta pirenaica: el que llega desde Adi por Sorogain y Mendiaundi; el que desde Baigorri se prolonga por la pirámide de Adartza y Lauriñaga.
Ladera abajo camino enseguida en los hayedos magníficos que caen sobre Ibañeta. E inevitablemente uno se siente allí peregrino también, en una marea de viajeros, turistas y caminantes de sandalia que se concitan en este paso simbólico.
Hoy me toca cena y cama confortable, en Orreaga, mañana cabaña.









6 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. De Erratzu a Aldudes. De la mole del Baztan a los collados del contrabando




 

 


De la mole del Baztan a los collados del contrabando

El Autza se divisa de casi todas partes cuando se va de viaje por cualquiera de los valles de Baigorri y Baztan. Desde cualquiera de sus rincones el Autza es una referencia, emblemática e imponente. Debió también de serlo como otras montañas totémicas -el Adi, el Ori, el Anie…- para los pastores prehistóricos porque a sus pies enterraron a sus muertos y es siempre un faro en los relieves de ese Pirineo vasco iniciático que se eleva desde el mar hacia Oriente. Por eso no podríamos haberlo evitado en esta travesía.
Hay varios caminos hacia Autza pero he elegido el más inédito y probablemente el más salvaje porque es el más directo. Remonta todo su lomo mientras se eleva sobre el valle y despierta una percepción del país del Baztan como pocas, también de las tierras que dominó el señor de Ursua. Por cierto, hubo dos Ursuas que tuvieron morada ambos en el palacio de Arizkun; uno de ellos fue conquistador del castillo de Amaiur; el otro, el marañón Don Pedro, partió a América del Sur en busca de la fortuna mítica de El Dorado para terminar muriendo a manos del desalmado Lope de Agirre –el oñatiarra- quien antes de acabar con él le dijo “tú te callas, que no eres vasco ni navarro, eres casi francés…”.   
A la vista está igualmente aquel Bozate, rincón de olvidados donde vivieron los Agotes que encontraron refugio en su huida de la inquisición y marginados como raza maldita desde el siglo XIII. Guardaron en secreto sus avanzadas técnicas de construcción pero nunca pudieron convivir con sus vecinos.
Tanto palacio, tanto sillar bien labrado debió de costar muchas fortunas. Sabed que muchas de ellas se hicieron con los beneficios del contrabando, pasado precisamente por los caminos que ahora están al frente, por ese mítico collado de Berdariz en el que convivían cada noche los caseros, los extraperlistas y los carabineros.
Mirando, siempre mirando. Y para esto Autza es magnífico si se sube a la brava y por la directa desde Erratzu. Porque, como el corazón, se te va ensanchando el panorama, primero sobre los tejados, luego sobre los barrios y por fin sobre todo el Baztan. Es un regalo; bueno, mejor un intercambio por el esfuerzo. Digo esto porque he sudado lo mío en esta mañana de verano trepando entre las argomas. A los pies del Autza el Mamutzen erreka alimenta una de las primeras fuentes del río Baztan que luego será Bidasoa pero aquí arriba no hay ni una gota de agua almacenada, sólo piedras. Las más impresionantes anticipan la llegada del montañero que sigue este camino a la cima herbosa, rotas en miles de lajas que invitan a construir una cabaña. Alguien debió hincar una y otra y otra; y parece que tal costumbre repetida ha provocado el levantamiento de un sin fin de pequeños menhires en la arista. Autza parece ya un peculiar camposanto que dibuja fantasmas de piedra en el cielo.
Felizmente estoy en la cima del Baztan, en la mole montañosa que se ve de todas partes, entre rasos y trincheras, paisajes y horizontes. Los primeros para el ganado, las segundas cavadas en guerras diversas, de la Convención o Carlistas, y los últimos para gozarlos plenamente. Allí están las montañas a las que me dirijo y ahora puedo trazar el camino imaginario casi desde el cielo.
Los mojones fronterizos parecen mandar, ir diciéndote: por aquí, por aquí… plantados a perpetuidad donde la raya sólo existe en los papeles.
Cuando la loma de Itxauz me recibe puedo adivinar el paisaje de Aldudes al que siempre llego con placer. Pero el camino me absorbe, placenteros los bosques húmedos donde se refugian los ganados, sorprendentes los espolones rocosos insospechados en esta cuerda roma, increíble la soledad.
Cuando llego a Berdaritz recuerdo que aquí hubo un dolmen muy simbólico, como si estuviera marcando un paso clave en esta cadena pirenaica. Pero debió de estorbar a alguien porque se lo quitaron de en medio al abrir una pista. Cosas del tránsito humano. De eso saben mucho apenas un poco más abajo, en el caserío Urruska, en pie desde el siglo XVIII. De lugar apartado del mundo, de convivir cada día con las escaramuzas de guardias civiles y de contrabandistas se ha convertido en el pionero de loa alojamientos rurales, Q de calidad incluida.
No me importaría recalar allí un par de días pero mi destino está más lejos y no he traído en vano mi tienda de campaña que me guarecerá del rocío esta noche.
Casi sin darme cuenta me he comido el día andando a placer por estas alturas, sesteando y contemplando y la penumbra me termina por acompañar a las puertas de Aldudes. Por eso me merezco un premio: un “menú de pastor” servido con amabilidad y que me sabe a gloria a las puertas del frontón donde el famoso Perkain asombraba a todos los habitantes del Quinto Real en el juego de laxoa.
Cuando cae la noche en Aldudes el silencio deja al río cantar su propia música. Y ese arrullo es una delicia para dormir.






4 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. Col Urtsumiatza-Erratzu. Campos de Soledad




Campos de soledad

Urtsumiatza es soledad. Inevitable acordarse del invierno, del oscuro y del frío que deben asolar estos rincones con velocidad abrumadora en cuanto el sol se escapa hacia el valle de Etxalar. La noche se hace aquí muy larga, rodeada de silencios, acompañada de murmullos de bosque, de mochuelos y roedores. Pero por la mañana, con el resucitar del día, asomando las luces hacia las murallas de Aitxuria, se agradece especialmente el retorno a la vida. Así, camino despacio los primeros pasos que de Urtsumiatza llevan hacia el valle de Baztan. Junto a los robles del collado me despido de las praderas de Etxalar. Sé que me espera tierra solitaria pero casi lo agradezco esta mañana.
El viejo camino se encrespa suavemente en los perfiles de la loma de Palomeras. En otoño es mejor no venir a estas tierras; deberían ser el imperio de las aves viajeras pero son dominio de los cazadores que les acechan tras cada arbusto como los viejos carabineros de frontera. Fronteras marcadas desde antiguo también por otros hitos más macabros aún que las palomeras, todos emblemas de muerte. Son los bunkers de la “Línea P (Pirineos) o Línea Gutiérrez” –este era el nombre de uno de los coroneles de infantería que participó al parecer en el diseño de la fortificación- que debiera haber prevenido una invasión aliada desde Francia tras la Segunda Guerra Mundial. Nada sucedió y nunca un bunker fue utilizado para propósito bélico alguno pero ahora acompañan a cada trecho.
Así es el mundo de contradictorio cuando se cruzan las tierras más abruptas de esta Navarra pirenaica, en pleno Señorío de Bertiz, donde cada caserío es un paraíso apartado.
Alkurruntz parece hacerle la competencia a Aitxuria y me desafía. No puedo coleccionar todas las cimas, a mi pesar, aunque también es posible otro desvío a esta picuda pirámide. Por hoy la dejaré de lado a sabiendas de que en esta etapa tengo poco más que colinas para coronar. Están después de pasar Eskisaroi y aunque ahora este lugar ha perdido ya toda su actividad tradicional no deja de mantener una importante fuerza simbólica. Porque, como ahora, fue siempre una encrucijada de caminos fundamental; de arrieros transportistas, de contrabandistas y de ganaderos. Elizondo está cerca y todos los intrincados caseríos de la comarca tuvieron un paso por Eskisaroi. Ante la explanada de la antigua venta se congregaban cada verano, en agosto, por San Bartolomé, gentes llegadas de todos los pueblos del contorno. Rezaban la romería al santo y por supuesto festejaban la reunión con placeres para el vientre, cosa siempre importante en estos lugares solitarios.
Poco más que un caminante despistado o acaso un ganadero sorprendido de encontrar a un caminante se tropieza uno por estos pagos. Lo más, ganados tranquilos que pacen a sus anchas: vacas, ovejas y caballos. Casi siempre están ventilándose del calor del verano por Oiarmunho y Atxuela, las máximas elevaciones de esta jornada de tránsito. Sólo helechales y praderas coronan estos paisajes que miran a Baztan y a los confines de Iparralde.
De camino, antes de cumbrear Atxuela, le sale al paso al caminante una misteriosa cruz de hierro, soportada en una raída estaca. Me gustaría poder preguntar, pero no encuentro a quien; topar con alguien que explique la razón de este hito en la nada de los caminos de montaña. Al menos quienes acaban de renovar el GR11 se han tomado el trabajo de limpiar el balizaje que antes habían pintado sobre este símbolo. Gracias.
Las cuestas se acaban en Atxuela; al menos las que van para arriba. Ahora toca bajar, con la mirada puesta en Autza, que se ve muy grande, destrepando helechales y caminos de trote hasta la ermita de San Fermín, donde ya está el espacio urbanizado de Azpilkueta.
Asentada en un estratégico balcón que tiene el valle por panorama, esta Azpilkueta supo colocarse al pie de un viejo camino que antes recorrieron peregrinos y guerreros. Entre sus casas de piedra roja, en el solar de los Jaso, fue concebido el patrón navarro: San Francisco Javier.  La torre medieval que fue su primera morada ya desapareció pero el pueblo sigue protegido arrimando sus propias casas entre sí.
Bajando de Azpilkueta debe verse, si las nubes no lo impiden aquí donde más llueve en Euskal Herria, el vallecito que abriga a Amaiur, a los pies de Otsondo y Gorramendi. Un monolito se yergue sobre un cerro acastillado. En aquella fortaleza se sucedieron una tras otra repetidas invasiones desde el siglo XIII. Allí estuvo el último bastión desde el que los agramonteses defendieron a muerte el reino de Navarra. El castillo de Amaiur sucumbió ante los castellanos tras una heroica batalla en julio de 1522. Nada pudieron hacer doscientos hombres, entre los que estaban el padre y el hermano de San Francisco, contra los diez mil asaltantes que rodearon la colina. Pero aquel es todavía el más potente símbolo de la lucha secular por la independencia de Navarra.
A poco que oigamos una conversación entre Azpilkueta y Erratzu sabremos que estamos en Baztán, porque el euskera de esta tierra tiene música propia, tiene sonido de montañas, gesto amable en la palabra.
Arizkun está en silencio cuando cae la tarde. Porque hoy no ha salido su oso furioso. Sólo sale el martes de carnaval enfurecido por su encadenamiento. Y todavía, pese a su insistencia, no ha conseguido liberarse de la cadena de su domador que lo arrastra año tras año por la fiesta.
Erratzu está a un paso, de camino vecinal, de camino ahora asfaltado pero que siempre tuvo tránsito de vecinos, de amigos.









3 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. De Lizuniaga a Urtsumiatza. Por donde viajan las palomas.






Por donde viajan las palomas

-¿A Ibantelli?. Labeaga, querrás decir. Ibantelli le llaman los franceses, para nosotros siempre ha sido Labeaga.
Es el hombre de la Venta Lizuniaga quien me lo aclara. Porque de los caminos saben ellos más que ellas.
Claro, me lo explico. La cima está íntegramente en Lapurdi y no puede evitar tener dos nombres. Pero eso de Labeaga… me suena a topónimo de ferrería o, ¿acaso de carboneo?. Uno es ignorante pero curioso y por preguntarse que no quede.
Nadie va de Lizuniaga a Labeaga cuando hacen la Alta Ruta. Conectan con el GR-11 para marchar al puerto de Lizarrieta y acaso es más rápido pero bastante menos hermoso. Me siento mugalari por un rato mientras sigo la “raya” de mojón en mojón: el 38, el 39, el 40; entre hayas profundas y prados venteados. Y por fin la cima de dos nombres entre peñascos; curioso y panorámico.
Bajar a Lizarrieta, sin niebla, es una delicia. Apenas un paseo en la mejor hierba del mundo. Aquí también hoy toca hamaiketako, frugal en esa venta que bulle en tiempos de pasa de paloma pero vive solitaria la mayor parte del año. Allí sí, toca retomar el GR 11 a uña de caballo por los cordales de las palomeras. Entre puesto y puesto, de trampa a trampa, incluso pasando sobre el estratégico montaje de las redes tradicionales.
Aitxuria estará más tarde en el horizonte, provocando. Yo no me resisto. Desviarse a esta cima supone varias horas añadidas a una etapa que es larga pero, en mi libertad, reinvento la Alta Ruta y la hago más auténtica. Quien quiera seguir a los otros no tiene más que continuar el GR 11, largo y tendido por una pista de cazadores; nos encontraremos de nuevo en Irazakuko bidea, al pie del pico Zentinela. Dejo así marchar al GR al pie del mojón 50, un número redondo. Mientras él marcha al Sur yo sigo al Este, apuntando a la Peña Plata. Hay que seguir pistas solitarias, bosques y praderas, un mundo apartado de la civilización donde parece que el tiempo se hubiera detenido casi a la vez que terminaron los episodios de las guerras Carlistas que tuvieron protagonismo entre aquellas peñas. Aitxuria no queda de paso. Hay que ir y volver pero como el subir y bajar este también es nuestro destino.
Y resulta agradecido descubrir la fresquísima fuente que desliza agua cristalina en este mundo de soledad, al pie de la peña. Da pereza subir sabiendo que el camino queda largo pero crestear las raras rocas rojizas de Aitxuria es un honor. Formas de capricho por todos lados y panoramas inmensos al Norte y al Sur. Zugarramurdi y sus memorias brujeriles apiñándose a los pies, al otro lado los retos constantes de Alkurruntz y Autza capitaneando sobre los dominios del señor de Ursua. Allí hay que ir, por caminos de bosque y largos cordales. Y si aún queremos más cumbres está a la vera el cerro Zentinela; con ese evocador nombre hasta sugiere vivencias históricas aunque su cúspide no es mucho más que una loma visual. Al otro lado circula el GR que se abraza en tierras de Bertiz a este camino pionero. Al poco de ese abrazo me espera la decisión de continuar o descansar. A un lado Etxalar, muy cerca Saroiberri con su caserío apartado entre hayedos y laderas escondidas. Me quedo a sabiendas de que no llegaría de día. Erratzu está lejos y esperará un poquito más.