ETAPA 10. Belagua (Erraize)-Anie-Lescun
Caos y paraíso
La
recordaré como la noche que Faraday me salvó. Impetuosa. Las nubes no eran
traicioneras, avisaban. Llegaron los truenos primero, enseguida los relámpagos,
sacudiendo las cumbres, atemorizando al montañero. Los prados de Erraize hacía
tiempo que estaban desaparecidos, como en la nada; de pronto un chasquido
imponente hizo vibrar el suelo. Yo estaba encerrado en la minijaula de nylon, como
la de Faraday ,
seguro en el cajón. Apenas me había atrevido a asomarme un instante cuando aún
los relámpagos caían a la altura de Kartxela pero ya no volví a sacar la cabeza. Luego llegó
también el aguacero, breve, intenso. A continuación el sueño.
Así
fue la noche: inolvidable. ¡Salvado por la campana!
Pero
-esto es el Pirineo- la mañana luce brillante. Imprescindible para afrontar un
reto, el de llegar sin extraviarse a Añelarra y guardar fuerzas para trepar al
Anie, después, y bajar aún en busca de Lescun, por fin.
Me
despido de los rebaños que ya se han arrimado a las bordas para que les
acaricien las ubres. Soledad total camino de Zanpori. Salvo el ganado y girones
de nubes que se disuelven reina la paz absoluta entre los lapiaces que se
suceden en continuidad aparente, pero que en realidad son un caótico rosario de
altibajos.
La
atención es necesaria, a los escasos hitos, a las marcas que los espeleólogos
pintaron para conducirse por estos rincones hace ya mucho, al gps más que al
mapa, que se convierte aquí en un papel bastante inútil. Se ve a un paso la
cima de Añelarra, cuando se ve, pero está muy lejos en camino. Eso sí, no nos
quita nadie un tránsito salvaje, cambiante y sorprendente en el que uno se
pregunta qué pastor construyó la arruinada cabaña de Leizerola. Allí sola,
justo donde unas praderas despuntan entre calizas y pinos negros retorcidos.
Cuando
el sube y baja termina acertando con los pasos en la cresta de Añelarra, aunque
aún queda lo suyo, uno está ya salvado. Porque sólo resta trepar y cabalgar el
fragmentado filo que concluye en la cima. Que es sin duda un fabuloso mirador sobre
el caos absoluto de rocas de ese corredor que separa el Auñamendi o Anie y la
cima de Hiru Erregeen Mahaia sobre el desierto de piedra de Larra, también una
de las mejores perspectivas del mismo Anie.
Ser
capaz de atinar de nuevo con el buen paso hacia el sendero del Anie es otra
proeza. Si se consigue con acierto no importará regalarse la cima de frontera,
si uno termina maldiciendo las rocas, mi caso, es probable que deje el Anie
para otro día. Una cima, por cierto, que es bearnesa y no vasca, pero eso aquí
no importa.
La
cima es simbólica y el colofón de esta travesía extraordinaria. El reinado
sobre la tierra y sobre los valles. Una pirámide bella, se mire por donde se
mire, que nos ha fabricado mitos en el subconsciente y que parece que debemos
ascender una vez en la vida.
Así
el montañero redondea además la imagen del Anie si después de haberlo subido
por esa concurrida ruta normal se decide a atravesar las inmensidades de roca
pálida de Larra para llegar al collado de Anies. Me siento como un pulpo en un
garaje viajando por estos parajes más propios y dignos de sarrios que de
hombres sedientos a la vez que admiro el trabajo de la naturaleza modelando
montañas de esta manera. Esto me pasa mientras el Anie me va proporcionando
sucesivas estampas impresionantes, mientras la niebla se eleva desde el valle
de Lescun cubriendo el mundo que puedo ver.
Apenas
descender un poco del collado la mejor sorpresa espera en una pradera. Un
arroyo limpio dibuja meandros frescos en un paraje insólito. Me tienta quedarme
a vivaquear porque el amanecer desde aquí debe ser espectacular. Las cabañas de
Azuns a los pies, Camplong en el horizonte, Anie sobre la cabeza… pero me temo
otra noche húmeda y voy a intentar buscar la cabaña de Lacure que me pilla de
camino.
Despido
a unos jóvenes que han avituallado en el manantial y marcho solo entre la niebla. El sendero es
difuso y sólo el gps y las buenas referencias del mapa me ayudan a encontrar la cabaña. Tengo luz
suficiente para llegar a Lescun pero prefiero amanecer aquí arriba y saber lo
que tengo a mi derredor. No me espera nadie abajo y me quedan víveres para no
morir de hambre así que decido dormir en el suelo aunque no es el mejor de los
colchones.
Amanezco
bajo el sol mirando a la barrera de Camplong mientras se ilumina con la lámpara
gigantesca. El final de la travesía es excepcional, terminando de rodear el
Anie hasta el plateau de Anaye donde pasa el verano con sus rebaños un
solitario pastor. Pero el colofón es aún perfecto; bajando un camino cortado a
pico, vertiginoso y zigzagueante sobre una cascada impetuosa que se desliza
finalmente en los verdores del plateau Sanchèse. Lescun queda aún a un trecho
pero tendrá que esperar porque este es el mejor lugar para poner punto final a la Alta Ruta del Pirineo
Vasco.