8 de mayo de 2020

RELATOS PIRENAICOS. De Aldudes a Orreaga. Oliendo a hierro y pólvora


 

ETAPA 5. Aldudes-Orreaga

 Oliendo a hierro y pólvora

Amanecer en el campo siempre le aporta a uno algo de incertidumbre. Hoy también. Si ayer se encendieron, brillantes, las estrellas en el cielo, hoy quienes se han hecho dueñas de su azul son las nubes bajas. Han acariciando la tienda ultraligera durante todo el tiempo de oscuridad dejando una película de miles de gotitas y esa es mi compañía cuando asomo la cabeza sobre Aldudes. El panorama no es el que esperaba pero… El té con galletas entra como una caricia además de ser útil para calentar las manos. Calentamiento previo antes de despedir los tejados de Aldudes desde el promontorio-atalaya que me ha cobijado marchando hacia Otsamunho. Hay quien desde Aldudes emprende las pistas de los hayedos de Haira para alcanzar las colinas de Lindus y luego Ibañeta y Orreaga. Pero se dejan una cima interesante y a ella me voy.
El camino inicial es evidente, marcando un sendero de esos que parecen trazados meticulosamente por un jardinero. No en vano arranca en el collado que tiene por nombre Lepoeder. Y se encarama a las laderas de Otsamunho, un monte de esos que casi sólo conocen sus vecinos, sin campanillas, sin cimas altivas, sin historiales; pero hermoso. Y con capacidad evocativa porque su nombre no significa otra cosa que colina de lobos. No los veremos pero si a los ganados, ovejas, caballos y vacas en abundancia en país de buenos pastos. Ladeando por Haritzilo no encuentro a nadie más que a un pastor con sus perros. Ha madrugado más que yo porque está ya de regreso entre las nieblas. Cresteando la ladera campestre de Otsamunho el día comienza a sonreir. Lo hace abriéndose en luces que enseñan el Autza en guiños primero y luego mandando disiparse a las brumas.
¡Ay, qué miedo! Lo que parecía una jornada triste se va a convertir en canícula.
Y desde Otsamunho me espera una ristra de toboganes a pleno sol, praderas y colinas, una detrás de otra. La primera es Errola que me lleva de bajada al collado de Meharroztegi. Hay aquí algo de coincidencia en estos dos topónimos tan transparentes. Bajo Otsamunho está Banka, que tuvo antes otro nombre: Iturrigorri, evocación evidente del color de sus aguas. Ya me habían dicho, que esta es tierra de minas, de hierro y de cobre que ya buscaron los romanos, metales que enriquecieron el valle y cuyas huellas tampoco debían faltar en las montañas. Así pasa en este collado de Meharroztegi. Venía caminando con la sospecha incitada por esos nombres de montaña y collado, como el protagonista de la canción de Silvio Rodríguez, con la mirada puesta en el andar pero en este caso también en donde iba poniendo los pies, y así fue como las encontré. Las escorias de las ferrerías de viento, los restos de la probablemente fundición más primitiva del hierro de Aldudes han quedado en la pista que desciende de Errola. Son como una piedra más pero su brillo oscuro y la forma redondeada las delata; aquí debieron estar los viejos ferrones azuzando las ascuas de sus hornos.
Hoy el calor aprieta ya como un horno por estas alturas y el repecho que viene castiga. Luego son más cuestas aún en busca del collado donde se sitúa la majada de Lindux. Pero, esquivando la ruta que transita al este me voy buscando el cobijo de los hayedos. Y la sombra fresca de uno de ellos es el cobijo ideal para una siesta consecuente con un frugal almuerzo. La fuente de Hayra me ha permitido un baño impúdico que redondea todos los placeres posibles en estos parajes.
Más allá otra fuente permite otro refresco, al pie de la majada de Lindux. La montaña puede evitarse con sólo seguir la pista pero el corto repecho es una suerte de bellezas. Las nubes parecen jugar a adornar el cielo, a componer mis fotografías y a tapar el sol por instantes. Entretenerse en ello ayuda a soportar la falta de aliento. Es la última cuesta arriba de la jornada. Para conquistar la fortaleza de Lindux, una más de las trincheras plantadas para defender las fronteras de los ejércitos de la Convención, lanzados contra Nafarroa desde junio de 1793. De los cerca de veinte mil hombres de la fuerza militar española destinados a esta causa fronteriza mil estaban en la línea de Orreaga. Tres años inútiles de resistencia para tener que claudicar ante los ejércitos de Napoleón.
Esto explica qué buscaban en Lindux en una ocasión una pareja de ingleses; hurgaban en las pedreras de las trincheras del Turrao y del Castillo, escarbaban y rebuscaban algo sólido y allí seguro no había ninguna lentilla.
Una mirada al horizonte de las encrucijadas. Aquí confluyen varios cordales significativos, cada uno buen trazado de otra posible variante alternativa de esta Alta Ruta pirenaica: el que llega desde Adi por Sorogain y Mendiaundi; el que desde Baigorri se prolonga por la pirámide de Adartza y Lauriñaga.
Ladera abajo camino enseguida en los hayedos magníficos que caen sobre Ibañeta. E inevitablemente uno se siente allí peregrino también, en una marea de viajeros, turistas y caminantes de sandalia que se concitan en este paso simbólico.
Hoy me toca cena y cama confortable, en Orreaga, mañana cabaña.









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