Los puertos pesqueros tienen un pulso singular. Descansan
acunando sus embarcaciones en los inviernos y tiempos duros dejando a los
marineros apenas mirar al horizonte; luego se vacían cada día viendo partir a
sus habitantes flotantes que regresan al poco llenando de vida y ajetreo los
muelles. También se quedan desiertos cuando las campañas obligan a largas
permanencias tras la pesca, en los mares del Gran Sol, acaso en el Atlántico,
dejando siempre un halo de incertidumbre tras las cortinas.
Ese pulso es la fuerza de los puertos, el ir y venir que les
da la vida y los pinta de colores diferentes. Ese pulso es el que nos invita a
soltar amarras en este viaje también singular.
No es casual que la ballena esté en los escudos de la
mayoría de los pueblos costeros vascos: Bermeo, Elantxobe, Lekeitio, Ondarroa,
Mutriku, Hendaia… Está porque desde antiguo los pescadores vascos sacaron de su
alma el espíritu viajero y las persiguieron al paso ante las costas del Golfo
de Vizcaya tanto como en los lejanos mares del norte. Ballenas y traineras
están casi siempre juntas en esas imágenes de piedra pero la realidad habla
mucho más de pescados no tan épicos, de peces más pequeños que siempre se
buscaron partiendo de los puertos vascos para dar sustento a una importante
población y siguen marcando aún el pulso de familias enteras.
BERMEO |
Son los primeros párrafos del reportaje sobre los puertos
vascos que la revista Euskal Herria ha publicado en su último número. Con fotos
que recorren el litoral vasco, de puerto en puerto, intentando descubrir su
alma. La edición es austera y fundamental y bastantes fotografías en pequeño
tamaño enseñan el trabajo de un modo poco espectacular.
Hacemos parecido llevando al francés algunos rostros del
carnaval tolosarra. En un medio nuevo, en una revista recién nacida que se
aventura en el difícil mercado del papel impreso.
¿Vendran mejores tiempos?
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