El Teide se mira en el espejo |
Era la isla de Tenerife, entre las costas del norte y los acantilados del sur, con el parque natural del Teide en el centro. El viento se llevó ramas de palmeras, desprendió rocas, dejó a las gentes protegidas en sus casas y trajo las nubes; las nubes dejaron la tormenta, aquella el agua y el aguacero, el frío y la nieve. Y el Teide amaneció blanco como la cal, brillante y espectacular, deslumbrante en el horizonte del desierto volcánico.
Se creó el espejo sobre la arena, la montaña se miró en él y, viéndose hermosa, lo anunció silbando a las nubes y asomándose a todos los horizontes; se atrevió incluso a coquetear con un singular sombrero blanco.
En Tenerife, mientras la nieve llegaba al desierto, el mar siguió extremeciendo los acantilados de lava y mareando las playas negras. Toda una tierra de contrastes.
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