Lo dicho: me fui a Florencia en el frecciarossa, apenas un ratito de viaje a 300 kilómetros por hora, casi la mitad sumergido bajo tierra y con muy pocas posibilidades de percibir lo que el paisaje puede enseñar. No, definitivamente no me gusta, después de esta primera experiencia, viajar a gran velocidad. Prefiero la muy lenta, la casi parada que me deja mirar y retratar el mundo al paso de abuelo, al pulso de conversación de peatón, pedonale en el decir italiano.
Pero, a lo que iba, o a lo que venía mejor dicho a Florencia. A curiosear por supuesto, a callejear sus estrechas y viejas avenidas, a caminar las riberas del río Arno y observar a los forasteros haciéndose selfis en esa travesía casi mística del Ponte Vecchio que la wikipedia coloca entre los más famosos del mundo. Todo ello de paso hacia la plaza de la Signoria que era objetivo necesario tras mi propósito de mirar el pito del Neptuno que aquí luce sobre el mármol blanco esculpido por Bartolomeo Ammanniti.
He seguido con mucho entusiasmo el tránsito del Cansasuelos escrito por Ander Izagirre hasta llegar de un modo muy distinto que el de su caminar de Seis días a pie por los Apeninos a esta plaza peculiar. Pues sí, el Neptuno está aquí blanco, reluciente bajo un sol casual, y aunque no me parece tan blandurrio como Ander lo describe debo decir que es mucho más flojito que el de Bolonia. Pero estoy feliz de poder verlo, de leer a sus pies de roca pura el Cansasuelos como si fuera un pequeño homenaje al tránsito pero también a la escritura tranquila y a la lectura del paisaje y del paisanaje amable y lenta.
Por supuesto también me he empeñado en encaramarme a la cúpula de la catedral que logró sostener magistralmente Brunelleschi, admirar el encanto de la Venus que emerge de una concha que Sandro Botticelli pintó en el siglo XV y que no logra pasar desapercibida entre las infinitas imágenes pintadas en los óleos de la galería de los Uffici y más, todavía más de sentir la Florencia que queda ahí esperando siempre nuestra visita. Hay muchas cosas más que no puedo contar porque me dejaría llevar por la reciente lectura que me ha traído hasta aquí. Lean el Cansasuelos, tal vez les traiga también a Bolonia, a Florencia, acaso en busca de un pito cacahuetesco, acaso a mirar los muchas decenas de desnudos esculpidos en este tierra italiana o a contar los arcos de los cuatrocientos y pico kilómetros de galerías de Bolonia.
Aún más: si algún donostiarra llegara a Florencia podrá buscar la imagen de un perro, mejor de dos, que también son vecinos de la capital guipuzcoana. Son los Perros Molosos, figuras de chucho fiero y fuerte en piedra que habrán visto custodiando el palacio de Ayete. Pues aquellas son copia de un can que se guarda en la galería de los Uffici esculpido por un artista griego en el siglo III y copiado infinidad de veces. Los de Ayete en realidad son copia en espejo del original griego.
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