Visten de verde, algunos lucen un machete a la cintura,
todos llevan consigo un walkie-talkie –a menudo ilegal-, se agrupan en
cuadrillas de diez o más “amigos” y aparcan notables hileras de todoterrenos
bien dotados. Tomarse un café antes de la amanecida en estos tiempos de otoño
supone convivir con ellos en una barra casi monopolizada por lo verde. Y esto
obliga a escuchar peripecias de lo cotidiano estos fines de semana de citas
para las batidas, monterías o esperas de caza.
-
Yo para una cierva no voy a ningún lado, si fuese un
buen macho y te dicen que además hay muchos jabalíes, todavía; hay cazadores
que van a por carne, y eso la mayoría, pero yo sólo voy si hay buenas piezas,
si vas a encontrar un poco de emoción…
-
Anda, que decir por la emisora que había matado un
arrendajo, eso si se hace no se dice…son de esos jóvenes que en cuanto ven algo
moverse tiran
¿Qué tiene que ver esto en las historias de un fotógrafo
montañero?, me dirán. Pues simplemente que fotógrafos y montañeros madrugamos y
todos amamos ese territorio donde el aire es puro y el viento limpio y donde
acostumbramos a cruzar miradas de horizontes largos con carreras o vuelos de
animales libres. Nosotros a veces soñamos con llevarnos eso en imágenes. Ellos,
los de verde, almuerzan bien casi siempre, pasan frío a menudo, se esfuerzan lo
mínimo, erosionan en abundancia con sus potentes 4x4, siembran el paisaje de
cartuchos. Son depredadores instintivos pero no por eso alejados de la
tecnología. Sus perros ya llevan collar con gps y hasta hay aplicaciones para
localizarlos con el móvil. Pero eso no impide que uno se los cruce -a los
perros y a los cazadores- unos buscándose a otros tras una montería, unos a
pata, extraviados, los otros en su todoterreno rastreando la onda del gps.
Entre todos, sólo algunas cosas en común.
Lo dice la señal: ¡peligro: cazadores!
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