Que nadie se descuide. Porque a la primera de cambio
aparecerá de fondo paisajístico en cualquiera de esas imágenes atrapadas a
vuelapluma por los turistas vecinos. Porque no hay otro modo de viaje, parece,
que no esté mediado por el acto de fotografiar-se.
Ya era cosa antigua ese gesto de llevarse atrapada
la propia imagen en un rectángulo que, impreso más tarde, tenía el valor del “yo estuve aquí”. Ahora la tarea parece
convertirse en obligatoria y les vemos provistos de todas las herramientas
imaginables: tabletas, smartphones, mini-cámaras y todo lo que se tercie para
ponerse delante de una lente que anticipa al sensor digital.
Fotografiar-se tiene ahora la complicidad de la
selfie-manía, pero ante las cámaras la pose sigue teniendo sonrisas de plástico
y felicidad casi siempre impuesta, apariencia divina y primeros planos de
exultante hermosura. Apartada la cámara tras el disparo el rictus ya puede
volver a su natural: a la alegría o la tristeza, acaso a la indiferencia invisibles
que solo residen en el corazón.
No dejen de fotografiarse en vacaciones, por favor; porque queremos disfrutar de sus placeres
felices.
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