Wroclaw es un enclave singular en la tierra
carbonífera de Silesia, que en el suroeste de Polonia toca con la vecina
República Checa, no demasiado lejos de Praga.
A Wroclaw se le podría llamar la ciudad de los puentes.
Por los puentes que mantienen unido su corazón urbano, piezas fundamentales en
el patrimonio arquitectónico también porque ese es el eje sobre el que
establecerá la base de su proyección como Capital Cultural Europea 2016.
Wroclav no se ha olvidado de sus puentes: el
Zwierzyniecki, apoyado sobre dos pilares de granito para que se pueda cruzar
por él el brazo del Stara Odra; el Grunwalzki, símbolo de la ciudad y el
segundo más largo de Alemania en el momento de su construcción en 1910; el
Tumski, de madera y acero. Por ellos transitan todavía bicicletas, tranvías,
peatones y coches porque la historia sigue siendo presente en estos tres como
en el resto del casi centenar de puentes que transitan entre las islas de sus
ríos.
Cuando el viajero llega a Wroclaw agradece la
emblemática hermosura de su centro histórico pero sobre todo la vitalidad de
una ciudad en la que se cruzan las culturas de la misma Polonia con sus vecinas
Checa y Alemana; estima la rápida transición del espacio común para los
turistas admiradores del patrimonio al terreno de lo cotidiano y la amabilidad
y tranquilidad de las gentes locales que hacen su vida con normalidad sin
pensar en el 2016. Quienes sí piensan en ello son los transformadores de esta
ciudad que limpian su cara en una y otra obra públicas, acondicionan las
riberas fluviales para convertirlas en paseos o se ocupan de organizar el
urbanismo como está ocurriendo en casi toda Polonia.
Wroclaw competirá con Donostia en su capitalidad
cultural; hermanadas de facto pero muy distantes en las acciones que cada una
propondrá para la ocasión. Antes, durante o después, Wroclaw bien vale una
visita.
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