¡Qué cosas! Acabo de salir de una misa en la que había fieles de una
veintena de países. No eran más de un centenar, pero todos fieles, seguro.
Porque de las cerca de cuatrocientas personas que iniciaron hoy la más dura de
las etapas que el Camino de Santiago tiene en Euskal Herria ese centenar ha
participado en la misa del peregrino. El resto, la mayoría, estaban ya a esas
horas reposando sus reales del esfuerzo realizado por gentes que en muchos
casos no están nada acostumbrados a caminatas y desniveles importantes. Como la
austriaca que los Bomberos de Burguete han tenido que bajar exhausta desde el
collado de Lepoeder.
Sin decirlo queda claro que estoy encaminado. Hacia Santiago aunque mi
destino no alcanza tan lejos. Fotografío algo tan visto y contado como el
Camino, que dicen es sobre todo interior, y al que intento poner una pizca de
difícil originalidad. En amistosa competencia con un equipo de documentalistas
americanos que siguen a una cuadrilla de compatriotas para contar también qué
es eso del “Buen Camino”.
No es nada fácil mirar adentro de las personas que caminan deprisa con la
preocupación de si llegarán a tiempo para tener cama en el albergue, que
destilan infinidad de motivaciones diferentes. En ello andamos, ahora en ese
emblemático lugar de Euskal Herria por el que han pasado y pisado cientos de
culturas diferentes. Tierra de viejas fronteras, de disputas pero también de
intercambios; amiga de las nieblas tanto como de horizontes inmensos y también
abrigo de un edificio simbólico: Roncesvalles
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