Caía tan delicadamente que más
parecían caricias aquellas figuras blancas, tan blancas como dicen que es la
misma nieve. Lo pensé pero no eran mariposas. Y tampoco eran rayitas que pintaban
pájaros invisibles. Podrían ser tal vez fantasmas enfundados en la piel del
bosque pero supe que no. Como que no eran rostros petrificados.
Me detuve y esperé. Escuché en el
silencio y oí por fin el susurro de los ángeles regando amor sobre las ramas,
la hierba y también en las rocas.
Me dijeron con una pluma de viento que
querían regalarme una pequeña colección de fantasías blancas a sabiendas de que
serían un buen alimento para nutrir mis emociones.
Y me quedé allí un buen rato, hasta
que me atraparon las penumbras que anticipan la noche. Feliz de sentirme en un
paraíso blanco.
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