Ya ha pasado. Quedó atrás el día del agua. Uno de esos días mundiales en los que se evidencian
algunos de nuestros pecados y se proponen algunas voluntades que casi siempre
son pasajeras. Como una coincidencia mi “día del agua” pasó con las botas
puestas, entre saltos turbulentos, ríos y canales, rodeado de agua. Trabajo fotografiando ferrerías, auténticos monumentos
del esfuerzo humano empleado para convertir los recursos naturales: agua,
bosques y mineral en herramientas, armas de matar municiones y dinero. Ahora
son restos arruinados lo que fueron prototipos de la revolución industrial,
prototipos también de la domesticación y dominio del agua trabando sus cauces
naturales con ciclópeas presas, encauzando y encerrando en potentes anteparas y
oscuros túneles hidráulicos el líquido que antes era libre.
Aquellos cauces fluviales ya no son lo que fueron. Lamentablemente
se engalanan de guirnaldas plásticas colgando de los árboles, de completos muestrarios
de envases, chatarras y espumas que sugieren lo que nuestra sociedad piensa que
es el agua natural.
El reto de fotografiar el patrimonio preindustrial en este
entorno obliga a menudo a ejercer adicionalmente como operario de limpieza. A
pesar de todo ello permanece la esperanza de que mostrar lo que sobrevive a
orillas de los ríos sirva para conservarlo y cuidarlo para el futuro y que se
haga lo mismo con las aguas que dieron a fábricas y personas.
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