1 de enero de 2010

ELOGIO AL LANGOSTINO Y LA ACEITUNA...

y a la croqueta, al ibérico, al pan y al chorizo de Pamplona. A todo lo que se come porque se tiene, a todo lo que se disfruta porque se dispone en la mesa o en el zurrón. Hay que hacerlo porque además de llenar el estómago copiosamente en estos días de gula sirve -o debería al menos- para recordarnos de nuevo que somos unos privilegiados, que con nuestro esfuerzo bastante moderado gozamos de lo que a muchísimos les falta, en la mesa, en el bolsillo y en la boca.
El langostino y la aceituna rellena -como otros placeres de puro lujo- se convierten en una metáfora de la opulencia. Expliquénme si no el perfecto orden de desfile de los dorados marisquitos, bigotes al aire en el plato; o aquella organización cuasi militar de las redondas olivas, perfectamente agujereadas para transportar dentro de su barriga un fragmento o sucedáneo de anchoa.
La consciencia y conciencia son compañeras de viaje en cada tránsito anual. ¿O no?

Metáforas de la opulencia

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