23 de octubre de 2022

LIAT. Minas, agua y montañas en un paraíso escarbado

 


Más arriba está el cielo. Pero Liat también es un cielo, un paraíso de verdes eternos que se rompe a veces con los colores de un intenso rojo cobrizo, una eternidad de paisajes donde la música del clima tiene notas azules en forma de lagos que ondulan su brillo al viento. Liat es el silencio que solo rompen ahora las esquilas de las vacas o de los caballos. Ya no se oyen los martillos, no se escuchan los ronquidos metálicos del enorme teleférico que cruzó el valle, ni las vagonetas, ni los juramentos o las canciones de los mineros. Liat es un paraíso quebrado por los martillos que buscaron bajo tierra piedras valiosas para convertirlas en plomo y zinc y probablemente uno de los rincones más impresionantes de la Val d’Aran para irse de excursión.

Y si este viaje podría parecer que se dirige a un lugar remoto a la vista de algunas imágenes descubriremos que no lo es.

Nos dirigimos en busca de Liat a la zona axial del Pirineo, allí donde las piedras y las rocas son las más viejas de la cordillera, a la cuenca alta del valle del río Unhòla que viene con sus aguas a alimentar el Garona, ese río caprichoso que nace en el sur pirenaico y por la Val d’Aran se marcha para Francia.

Liat es un gran estany, un gran lago, pero también es un escenario minero de película. Varios tajos mineros: Liat, Montoliu y Reparadora, escarbaron la corteza de las montañas en unos parajes idílicos para arrancar minerales como Galena y Esfarelita utilizados para producir plomo y cinc. Aquellos parajes siguen siendo idílicos pero recorrerlos en el silencio de las montañas provoca necesidad de recordar cómo vivieron aquí arriba, a cerca de 2000 metros de altitud, decenas de mineros peleando cada día por un jornal mínimo.

 





En la cuenca del río rojo

Plantémonos en la bella localidad aranesa de Baguergue, a 1450 metros de altitud. Busquemos allí las casas más altas y sobre ellas la pista que, bien indicada, marcha hacia Liat y Varradòs. Enseguida viajamos por un escenario campestre, praderas, muros de piedra seca y un río, el Unhòla, que nos acompañará monte arriba. A poco más de un kilómetro de la partida un paso canadiense se acompaña de varios paneles indicadores: a la izquierda trepa y zigzaguea la bellísima ruta que tras cruzar la plana de Borda Lana corona el puerto de Varradòs para bajar al Valle de Varradòs. A la derecha nuestro camino: Liat.

¿A qué nos suena “Borda Lana”? En euskera son claros los significados de borda (chabola, cabaña pastoril) y lana (trabajo) y nos acordaremos de este bello lugar, tanto que nos invita a detenernos acompañando al ganado que pasta apacible en un mar de verdes de película. Arriba despunta la cima del gigante: el Maubermé, que presidirá vigilante todo nuestro viaje de altura. 

La pista que nos lleva comienza su periplo aventuroso; tras un corto recorrido en las verdes laderas del Tuc des Costarjàs vamos tomando altura sobre un desfiladero cada vez más encajado por el que discurre el río Unhòla que, de pronto, nos aparecerá a la vista, allá abajo, con un impresionante color rojo, emocionante contraste con el verde del paisaje . Esta coloración es debida a los afloramientos subterráneos de las galerías de mina, cargados de óxidos de hierro, que tiñen las rocas sobre las que desliza el río.

Muy alta sobre el fondo del barranco la pista termina por fin acercándose a él y hasta nos permite bajar a tocar esas aguas oxidadas.

La cabaña de Calhaus nos sale al paso y es el primer contacto con los restos de las explotaciones mineras. Por encima de nuestras cabezas veremos la montaña quebrada, agujeros que la taladran, escombreras de mineral. Allá arriba estaba la mina Reparadora y a su costado sobrevive una de las pilonas que sustentaron el teleférico que volaba hacia el valle con el mineral.

Por el este llega un arroyo atormentado, destrepa las fuertes pendientes que nos separan del estany de Montoliu, un precioso lago en el que el Maubermé, bendito Maubermé, se mira al espejo cuando las nubes se lo permiten.

El Tuc de Crabes nos seguirá separando de él mientras continuamos pista arriba sobre los tramos más tortuosos en un sube y baja final hasta que un suave descenso nos anuncia la proximidad del Pla de Tor.

 







Praderas en el paraíso

Es fácil pensar que aquí ser vaca, caballo u oveja dará la felicidad. Porque este verde pirenaico acompasado al ritmo que marcan los meandros del arroyo que lo cruza es simplemente una delicia.

Al frente el Pas Estret nos obligará a reptar y apurar el esfuerzo. Tienta ir a seguir el barranco del regato pero es un camino sin salida que solo siguen las vacas para ir a beber.

Estamos ya a 2070 metros de altitud, y aún queda mucho más de tierra aranesa. La pista es ya estrecha y tortuosa y nos lleva por un paisaje que se diría lunar, entre escombreras de piedras rojizas, bocas de mina y muy pronto los restos de edificios, instalaciones y teleféricos de las minas de Liat ante el estany de Pica Palomera.

 Minas de Liat como en la luna










Un colladito nos acompaña junto a las ruinas de las buenas casas de los ingenieros. El barracón de los mineros parece poco más que un corral. Uno de los edificios es ahora un refugio. Pero todo en derredor está arruinado, abandonado, incluso la ferralla que se amontona en raíles, brocas de mina, poleas de teleférico, cables, restos de herramientas de perforación. El silencio es sobrecogedor, más si imaginamos varias partidas de obreros martilleando las rocas, gritando y jurando o acaso emborrachándose en la cantina, tan lejos de su casa, de sus gentes.

Nos alivia la tristeza asomarnos al amable estany de Pica Palomera, reflejo del azul cielo entre los verdes de sus orillas.

En las minas de Liat hay para explorar un rato, buscar las torres de los teleféricos, descubrir bocas de mina y galerías, intentar saber para qué era esto o aquello.

Pero nuestro camino tiene que llegar al gran estany de Liat. Lo vemos ya a lo lejos, más abajo, deseado. Sobre él está la frontera, las marcas que el Tratado de los Pirineos grabó en la piedra: la cruz del Port dera Horqueta con el número 418, el Port de Tartereau, y al otro lado la Francia de l’Ariège, la que compró las minas aranesas en la primera década del siglo XX y las unió en una misma explotación con las de Bentaillou que han dejado en ese otro lado un atormentado paisaje de ruinas, escombreras e instalaciones que alguien debiera poner en valor, con las aranesas, en un impresionante parque temático del patrimonio industrial pirenaico. 

El camino de Liat se desvanece en adelante trasteando entre una y otra ruina minera. El Maubermé lo vigila todo.

Varias sendas que pisa también el ganado bajan destrepando las pendientes que separan del estany. Al Estanhot se llega primero, moderado, más pequeño, azulísimo. Solo un poco más abajo está el grande, el estany Long de Liat, enorme, impresionante,  a 2130 metros de altitud y con sus 27 hectáreas repartidas entre Baish, Mig y Naut Aran, porque es un poco de todos los araneses. Sí hasta aquí, tan lejos del valle, tan al norte, llega Aran.

Hay que volver. La senda que marcha por el llano de Liat entre praderas nos obligará a subir aún al Pas Estret para retomar la pista de bajada. Volveremos aún la mirada, esa de despedida cuando sabemos que dejamos atrás un paraíso, al azul de Liat, al verde y rojizo oscuro del Mabermé, al norte de Aran que tanto nos gusta.

 







Historias de piedras y personas

La Val d´Aran y el contiguo valle de Couserans en la Ariège francesa han sido importantes escenarios mineros en la transición de los siglos XIX al XX. La revolución industrial en la primera década del siglo XX fomentó una alta demanda de metales y de consecuentes explotaciones mineras que en estas tierras pirenaicas se desarrollaron en las zonas de Liat, Arres y Bossòst en Aran. Solo en la mina Victoria de Arres trabajaban más de 100 personas en 1912.

En esa primera década del siglo XX, las  minas de Bentaillou, de Liat y de la Val d’Aran se fusionaron bajo el capital francés del Syndicat Minier. Se pueden encontrar muchos datos financieros de la operación, del material transferido –kilómetros de teleféricos, líneas ferroviarias de tiro con caballos, centrales eléctricas, plantas de lavado y tratamiento, y de rendimientos de capital y producciones próximas a 15.000 toneladas de mineral (plomo y galena argentífera) pero en esos informes de la sociedad nadie habla de los mineros que trabajaron en rudas condiciones de frío y nieve en sus tajos, especialmente los de Bentaillou y más duros aún los de Liat, de los que fallecieron por silicosis, del trabajo de las mujeres escogiendo mineral. 



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