Ha llegado la fecha para viajar a Hondarribia y
descubrir los encuentros y desencuentros que provoca su Alarde (8 de
septiembre). Recorriendo calles y escuchando música de marcha –el titibiliti-,
hace ya un año que mis cámaras buscaron imágenes entre el mar y las murallas de
Hondarribia, entre rojos y negros, vestido como me exigieron; hace ya un año
que tuve que soportar de nuevo la oscura sospecha de que todos los fotógrafos
buscamos poner en entredicho el alarde y queremos reforzar el disenso. Pero no
era ese mi propósito, solo contar la fiesta en imágenes, toda la fiesta desde mi propia mirada. El resultado está en
los papeles de tamaño grande de Ibilka, ahí está mi fiesta, ahí el Alarde.
Hondarribia comparte papel con otras sensaciones
gratas, más gratas, encontradas en los caminos naturales de los Tres Grandes,
del Aizkorri, Anboto y Gorbeia que tienen reportaje en forma de travesía, de
periplo andarín visto bajo las luces cambiantes de las montañas. Allí me
encontré con la tormenta, con otra tormenta, no humana sino eléctrica y
relampagueante, que llenó de negros los horizontes y de destellos la noche.
Llegó por supuesto la calma más adelante, la de los cielos limpios, la del
viento calmado y el silencio interior. Necesaria, necesario para ponerse a
mirar a otro lado. En ello andamos.
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