24 de agosto de 2011

Mirar, observar, sentir...


Leo con placer e interés a Ander Izagirre sus reflexiones sobre el viaje, el dibujo y la fotografía y suscribo todas sus compartidas conclusiones.
Sumo a ellas una reflexión propia que reactivo cada día que salgo a cualquier espacio distante más allá de más de dos manzanas de mi casa. En ella se suman siempre la prisa, el mirar y por supuesto la fotografía. Sabiendo mi condición de “observador profesional” acostumbro a parar a menudo mis posaderas en lugares discretos donde ejercer este oficio sin más pretensión que ver pasar la vida, ver pasar lo que sucede, ver qué y cómo hacen las gentes de cada lugar.


Es este un ejercicio que enseña mucho pero exige tranquilidad y lentitud en el gesto, algo que yo logré después de mucha práctica apresurada y gracias a una lección de la vida próxima a la muerte.
Quizás también sería una buena lección de toda escuela la de enseñar a observar, mejor que enseñar por ejemplo a manejar los píxeles de una cámara fotográfica. Porque el fenómeno de la captura de imágenes sufre una inflación irreversible hasta el punto de sustituir la experiencia de los lugares por la fotografía de aquellos, la experiencia y observación en los destinos de viaje por la presencia del sujeto en un cuadro fotográfico que contiene a la vez un fragmento de la imagen de aquellos. Como si esa “apropiación” fuera suficiente para ejercer el valor del descubrimiento.
A mi también me gusta fotografiar en solitario; precisamente para mantener despierto el ojo de la observación, porque la relación con lo mirado, con lo visto y con lo vivido es así más completa.

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