10 de noviembre de 2010

Motxo: capítulo intermedio



Más cámaras fotográficas que en una tienda había en Elorriaga. Eso por la tarde. Por la mañana el Motxo estuvo casi solo en su nuevo aparcamiento provisional al pie del acantilado. El maretón nocturno no se conformó con romper algunas piezas de arquitectura de esas que el hombre civilizado coloca donde antes hubo naturaleza, véase Paseo Nuevo de Donostia y carretera de la costa; también dedicó algunos empujones a llevarse al garete al Motxo. Los rescatadores no saben cómo moverlo, o no pueden, pero el mar sí y lo había traído para cuando la luz llegó al día arrastrando un buen pedazo a levante y también empujado aún más al extremo de las rocas del flysch.
Cuando la hora calculada para la segunda marea iba acercándose lo hicieron también los curiosos. “esto está animado y ya es el sexto día…” decía  no sin cierto júbilo tras la barra la dueña del bar de Elorriaga, que estos días bate más huevos para freir tortillas y construir bocadillos que nunca.
Allá abajo, el Motxo estaba visiblemente “tocado”: la trasera del puente notablemente golpeada y retorcida, enredos de cabos y estachas hacían una masa con fragmentos de barras metálicas en la proa que descansaba sobre las rocas.
Eran casi las cinco de la tarde después de que un intenso arco iris se hubiese pintado sobre Zumaia. Mar afuera –como dicen los marineros- se adivinaba en la negrura de las nubes la llegada de una lluvia torrencial.
¿Pensaría que Pasajes se le iba a hacer demasiado estrecho? ¿Acaso el capitán miró con sus prismáticos y cogió miedo de repente, no le fuera a suceder como al Motxo? Un gran mercante negro y rojo, como casi todos, viró en redondo cuando aproaba hacia el Este. Allá adentro la mar de fondo debía de ser tremenda porque alternativamente hacía asomar entera su proa y las puntas de la hélice batiendo espuma en la propulsión. De pronto se puso a navegar hacia poniente, luego viró de nuevo. Terminó dando vueltas frente al Motxo, haciendo tiempo es de suponer para que la pleamar le facilitara la entrada en Pasajes. Su maniobra fue suficientemente provocativa para suscitar comentarios: “anda que si este también se queda sin máquina…”.
La plea llegó y zarandeó al pesquero como un pelele circulándole las olas de popa a proa, acariciando el estribor, único costado a la vista, y haciéndole mecerse de tal modo que parecía querer levantarse y ponerse a navegar. Pero eso era imposible porque el Motxo está ya muerto y nunca volverá más a pescar.








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