Hace un año, 365 días han pasado ya, la isla de La
Palma sonaba y olía distinto.
Hace un año la atmósfera llevaba polvo, gases y
ceniza en suspensión. Hace un año muchas calles de La Palma estaban en
silencio, vacías, evacuadas.
Hace un año las mascarillas cubrían los rostros, por
el covid pero también porque había cenizas en el aire y llovía “arena”. Hace un
año las terrazas de Santa Cruz, la capital, estaban negras de lava, las playas
cerradas, los columpios detenidos.
Hace un año había carreteras cortadas, no volaban
los aviones, las escuelas estaban cerradas.
Hace un año en el oeste de la isla se oía un
constante ulular de sirenas, se escuchaba el miedo en las calles y había un
terrible eco de fondo: el tremor de un
volcán implacable que no cesaba de rugir.
365 días más tarde La Palma está reviviendo sobre
las cenizas del volcán. Y esta vez no es una metáfora; es un renacimiento
verdadero en el que se reabren carreteras y caminos, se limpian todavía arenas
negras de terrazas y balcones, se reubican los domicilios perdidos y acaso
algunas familias emigran para mudarse a otras tierras donde no acecha el rugir
bajo el suelo que pisan.
Por eso es bueno volver, percibir, sentir y contar,
participar al menos por instantes en el pulso que viven unos paisajes
atormentados desde que emergieron de las profundidades sobre el mar del
Atlántico.
El viaje de llegada a La Palma es ahora más seguro;
no depende de los tosidos del volcán y los aviones llegan sin problema a su
pista de aterrizaje donde todo funciona con normalidad. Por mar la llegada es
igual de sosegada.
El este de la isla continúa sin alteraciones su vida
tradicional, quizás solo alterada por el incremento del número de turistas.
Aquí está la primera afección: la llamada del volcán ha multiplicado la demanda
de alojamientos, de coches de alquiler y de servicios, de tal modo que los
precios han subido notablemente, también para los residentes locales. La excusa
de la guerra en Ucrania y el alza del coste de la energía no son bastante para
justificar que los precios del mercado estén perjudicando a quienes vivían ya
en la isla. Y se quejan, claro. Los alquileres han subido un cien por cien, se
ha reactivado la picaresca para aprovecharse de las ayudas y los beneficios de
ese turismo creciente no llegan a los más perjudicados por el volcán. De los 35
euros que cobran las agencias turísticas por las visitas, obligatoriamente
guiadas, nada llega a quienes perdieron casa y hacienda pero engorda a las
empresas de ocio.
Por eso hay que escuchar a las gentes de a pie,
saber historias como la del agua en una isla rica en ella, con unos acuíferos
subterráneos gigantes alimentados sobre todo por esa "lluvia
horizontal" que favorece el clima y que aporta una media de 300 litros por
metro cuadrado y año. Con ese agua se riegan los plátanos pero el 85 por ciento
de su gestión está en manos privadas, otro poder.
De visita entre lavas
Pocas historias de este tipo le cuentan al turista
que busca playas, gastronomía y sol. Acaso algunas se filtran si se pisan los
caminos desconocidos escuchando a guías apasionados por su tierra, también si
preguntas a los propios canarios que acuden ahora desde otras islas a visitar
el volcán más joven del archipiélago: el que parece se llamará Tajogaite porque
así lo nombra Google aunque no es pleno el consenso en la isla.
En La Palma hay que subir obligatoriamente al Roque
de los Muchachos. Una o las veces que se quiera, porque, como decía allá arriba
una sevillana "es impresionante y hay que verlo sí o sí como la Giralda si
se va a Sevilla". Incluso si abajo la niebla lo tapa todo arriba se flota
sobre un mar de nubes que entrega
crepúsculos inolvidables. Y esa hora es la mejor, más tranquila, de mejores
paisajes y sin más límite para llegar y estacionar que el horario de descenso
que debe ser obligatoriamente antes de las 19:00 horas. Pero para esperar la
noche lo mejor es quedarse en el mirador de Los Andenes, al borde de la ruta
hacia Santa Cruz.
Y desde el Roque, o desde Los Andenes si las nubes y
la calima lo permiten, hay que mirar hacia el sur y escudriñar con la vista el
oeste de la Cumbre Vieja y la cadena volcánica que se extiende hacia el mar.
Allí, en el costado de Cumbre Vieja, siguen soplando vapores de azufre y gases
sulfurosos dos de las bocas del Tajogaite. Se pueden ver desde más cerca,
humeantes, manchando de amarillo las lavas y coladas oscuras que dejó la
erupción de septiembre del año 2021. Porque se ha habilitado un sendero que
permite llegar a los turistas a casi 150 metros del cono volcánico, a cambio de
35 euros y una caminata de 5 kilómetros y 150 metros de desnivel. La mecánica
es sencilla y obligatoria, no se puede ir por libre. Hay que contactar con una
de las muchas agencias turísticas de la Palma y apuntarse en un grupo a la hora
elegida. El punto de encuentro de los grupos, siempre reducidos, entre 6 y 12
personas, es el centro de interpretación del Parque de la Caldera de
Taburiente. Allí un minibús o un taxi carga a los viajeros y al guía que
necesariamente les acompaña después de pasar lista. El trayecto es corto hasta
el punto de partida, un acceso situado apenas un kilómetro por debajo del
panorámico mirador del Jable y al pie de la ruta que zigzaguea entre pinos
canarios y lavas hacia el área recreativa y punto de partida de varios senderos
de El Pilar.
El guía, Nestor, nuestro excelente guía, aunque su
vestimenta no emule a ningún coronel Tapioca, nos va relatando la erupción del
Tajogaite pero, tan interesante o más, explicando cómo se formó la isla de La
Palma y creció bajo el mar el archipiélago canario hace muchos millones de años
experimentando hasta ocho erupciones en su historia. Aprender así, pisando
cenizas jóvenes salidas hace un año de un volcán que aún sopla vapores, nos
convierte a las personas en seres insignificantes sobre la dimensión de una
naturaleza global.
El camino desciende sobre cenizas negras sobre las
que afloran pinos resecos y calcinados por el calor y las lluvias de cenizas
incandescentes pero que ya están reverdeciendo con sus brotes nuevos. Aquí no
llegó la lava ni las coladas que bajaron hacia el lado oeste de la isla. Aquí
llegó la desolación pero las cenizas, en un espesor de entre 20 y 40
centímetros descansan sobre lava vieja. Los vientos han barrido la corteza de
esas cenizas compactadas y dibujado olas en el relieve al arrastrar los
gránulos más finos y dejar los más pesados de lapilli.
En paradas consecutivas Nestor hace hincapié sobre
las consecuencias de la erupción del Tajogaite, elevado ahora a 1122 metros de
altitud tras 85 días consecutivos creciendo. Y cuando se alcanza el punto final
del trayecto, en una repisa abalconada que mira a la espalda de la boca
volcánica, relata cómo se derrumbó hacia el otro lado la pared del volcán, cómo
se fueron abriendo hasta 7 bocas, dice que ese color amarillo intenso es azufre
que depositan las fumarolas aún activas.
Allá arriba los científicos registran aún una
temperatura superior a 200 grados, por eso cuando llueve se ve una chimenea que
tira vapor de agua.
Impresiona ver desde tan cerca a este tan malvado
como bello ser vivo a quienes lo vimos escupir en gigantes borbotones
incandescentes los miles de toneladas de lava que asolaron un pedazo de la isla
de La Palma. Impresiona aún más cuando se pretende viajar por la ruta que lleva
a Fuencaliente por el oeste y, dejado atrás el núcleo y las casas de Tacande,
la carretera se acaba en una colada imposible. Hay que bajar por los Llanos de
Aridane y tomar la pista que aún se está abriendo en la colada de lavas. Entre
máquinas, obreros y casas arruinadas en las que la lava entró líquida y
potente, adueñándose del interior para solidificase después, los vehículos
deben viajar a un máximo de 20 kilómetros por hora y sortear una larga serie de
indicaciones que asustan: prohibido detenerse, prohibido parar, peligro,
emanaciones de gases, zona caliente, fin de zona caliente, prohibido
estacionar. La colada desprende calor aún en muchos puntos y se percibe como un
viento sur al pasar sobre ella; los expertos calculan que todavía tardará otro
año en enfriarse del todo y por eso se ve en algunos puntos esa peculiar
coloración amarillenta o blanquecina de las emanaciones sulfurosas.
Sí, hay que hacer ese viaje por las pistas que se
abren sobre las coladas para sentir La Palma. Pasar al lado de Puerto Naos, un
pueblo intacto pero desierto, inaccesible e inhabitable porque los gases que
aún flotan en el aire se quedan sobre la superficie y hacen irrespirable el
ambiente. Aunque los gatos proliferan en sus calles, mantenidos por protectoras
de animales, y están poniendo a raya a especies autóctonas de lagartos y otros
reptiles endémicos.
El norte, de vegetación exuberante y apariencia
selvática, y el sur, árido, áspero y volcánico ofrecen un paraíso de contrastes
sin igual.
Imprescindibles
En La Palma hay varios objetivos imprescindibles
para los viajeros de naturaleza y aire libre. Con variantes y matices sobre lo
que dicen los folletos turísticos al uso. El Roque de los Muchachos, por supuesto, está dicho.
Al Mirador de
la Cumbrecita se accede en coche pero en las horas centrales del día hay
que reservar hora, por eso lo mejor es ir libremente a partir de las cuatro de
la tarde gozando sin prisa de los pinares y paisajes y del paseo por la pista
que asoma sobre los barrancos de la Caldera.
En esta gran Caldera hay una extensa red de
senderos, todos con desniveles importantes, y entre todos el más popular es que
el parte del mirador de Los Brecitos, a donde se sube en taxi, para descender
más de 900 metros de desnivel y recorrer luego el Barranco de Las Angustias. A pesar de bajar este sendero es una
auténtica paliza y lo mejor está al pie, en el barranco. Puede por tanto
recorrerse en menos tiempo y con solo un desnivel de poco más de 400 metros el
Barranco de las Angustias, caminando aguas arriba y llegar si se desea hasta la
famosa Cascada de Colores y pasar por los remansos del río.
Desde el área recreativa de El Pilar, es clásico el
sendero de la Ruta de los Volcanes,
que sigue un viejo camino ahora balizado por la espina sur de la isla. Largo
camino que, salvo que no se respete el sendero "oficial", solo pasa
por el borde de un cráter volcánico. Si se termina en el faro de Fuencaliente
se camina al final por las lavas del Teneguía y se completan 23 kilómetros que
necesitan un taxi (no hay cobertura de telefonía en el faro) o una guagua para
el retorno.
El Porís de
Candelaria es un poblado singular, metido en un agujero de la costa de
Tijarafe donde las aguas azules ofrecen un baño espectacular bajo la cueva que
abriga el minipueblo. Se baja allí por una carretera de vértigo que algunos
coches tienen dificultades en subir. Los bosques del Cubo de la Galga se recorren en un sendero que atraviesa una espesa
masa de Laurisilva. Sensación de selva sobre una pista ascendente sin
dificultad.
Las Salinas
de Fuencaliente y su faro son el punto extremo al sur de la isla. Muy cerca
hay que llegar a las playitas de Las Cabras y de Echentive. En esta última se
abren al cielo tres pozas azules de aguas retenidas que no son termales pero se asocian a una
vieja fuente termal que está clausurada.
Los grabados de La
Zarza y La Zarcita se visitan en un corto recorrido circular que parte
desde este, ahora cerrado, centro de interpretación. Son una espectacular
colección de petroglifos considerados como la capilla sixtina del arte Benahoarita,
la población indígena de la isla que la ocupaba hasta la llegada de los
españoles en el siglo XV. Casi una treintena de paneles enseñan figuras
circulares y geométricas en un auténtico santuario simbólico para los
aborígenes palmeños.
Las piscinas naturales
o charcos se encuentran por doquier en la isla. Quizás las mejores están en
el Charco Azul de Puerto Espíndola, cercano a la bellísima aldea de San Andrés
y las de la Fajana de Barlovento. La costa de Puntallana ofrece tres bellos
charcos totalmente naturales: el charco Martín Luis o de Los Chochos, el Charco
de Punta de las Salinas y el Charco de Los Erizos. La Corredera puerto de Paja
está cerrado por un muro de piedras y posee Solarium.
El moderno centro de interpretación del Parque Arqueológico de El Tendal es un
descubrimiento de un enclave fundamental en la prehistoria de La Palma. Sus
yacimientos están aún en excavación y en ellos se han hallado restos de
cereales que demuestran distintas etapas en la población aborigen. Un corto
camino guiado hacia las proximidades del barranco de San Juan donde se
encuentra un antiguo poblado enseña al viajero sobre la vegetación y los
recursos primitivos y sirve para reconocer el origen de los pobladores de La
Palma procedentes desde la cultura amazigh o bereber desde África