Más arriba está el cielo. Pero Liat también es un
cielo, un paraíso de verdes eternos que se rompe a veces con los colores de un
intenso rojo cobrizo, una eternidad de paisajes donde la música del clima tiene
notas azules en forma de lagos que ondulan su brillo al viento. Liat es el
silencio que solo rompen ahora las esquilas de las vacas o de los caballos. Ya
no se oyen los martillos, no se escuchan los ronquidos metálicos del enorme
teleférico que cruzó el valle, ni las vagonetas, ni los juramentos o las
canciones de los mineros. Liat es un paraíso quebrado por los martillos que
buscaron bajo tierra piedras valiosas para convertirlas en plomo y zinc y
probablemente uno de los rincones más impresionantes de la Val d’Aran para irse
de excursión.
Y si este viaje podría parecer que se dirige a un
lugar remoto a la vista de algunas imágenes descubriremos que no lo es.
Nos dirigimos en busca de Liat a la zona axial del
Pirineo, allí donde las piedras y las rocas son las más viejas de la
cordillera, a la cuenca alta del valle del río Unhòla que viene con sus aguas a
alimentar el Garona, ese río caprichoso que nace en el sur pirenaico y por la
Val d’Aran se marcha para Francia.
Liat es un gran estany, un gran lago, pero también es un escenario minero de
película. Varios tajos mineros: Liat, Montoliu y Reparadora, escarbaron la
corteza de las montañas en unos parajes idílicos para arrancar minerales como Galena
y Esfarelita utilizados para producir plomo y cinc. Aquellos parajes siguen siendo
idílicos pero recorrerlos en el silencio de las montañas provoca necesidad de
recordar cómo vivieron aquí arriba, a cerca de 2000 metros de altitud, decenas
de mineros peleando cada día por un jornal mínimo.
En la cuenca del río rojo
Plantémonos en la bella localidad aranesa
de Baguergue, a 1450 metros de altitud. Busquemos allí las casas más altas y
sobre ellas la pista que, bien indicada, marcha hacia Liat y Varradòs.
Enseguida viajamos por un escenario campestre, praderas, muros de piedra seca y
un río, el Unhòla, que nos acompañará monte arriba. A poco más de un kilómetro
de la partida un paso canadiense se acompaña de varios paneles indicadores: a
la izquierda trepa y zigzaguea la bellísima ruta que tras cruzar la plana de Borda
Lana corona el puerto de Varradòs para bajar al Valle de Varradòs. A la derecha
nuestro camino: Liat.
¿A qué nos suena “Borda Lana”? En euskera
son claros los significados de borda (chabola, cabaña pastoril) y lana
(trabajo) y nos acordaremos de este bello lugar, tanto que nos invita a detenernos
acompañando al ganado que pasta apacible en un mar de verdes de película.
Arriba despunta la cima del gigante: el Maubermé, que presidirá vigilante todo
nuestro viaje de altura.
La pista que nos lleva comienza su periplo
aventuroso; tras un corto recorrido en las verdes laderas del Tuc des Costarjàs
vamos tomando altura sobre un desfiladero cada vez más encajado por el que
discurre el río Unhòla que, de pronto, nos aparecerá a la vista, allá abajo,
con un impresionante color rojo, emocionante contraste con el verde del paisaje
. Esta coloración es debida a los afloramientos subterráneos de las galerías de
mina, cargados de óxidos de hierro, que tiñen las rocas sobre las que desliza
el río.
Muy alta sobre el fondo del barranco la pista
termina por fin acercándose a él y hasta nos permite bajar a tocar esas aguas
oxidadas.
La cabaña de Calhaus nos sale al paso y es
el primer contacto con los restos de las explotaciones mineras. Por encima de
nuestras cabezas veremos la montaña quebrada, agujeros que la taladran,
escombreras de mineral. Allá arriba estaba la mina Reparadora y a su costado
sobrevive una de las pilonas que sustentaron el teleférico que volaba hacia el
valle con el mineral.
Por el este llega un arroyo atormentado,
destrepa las fuertes pendientes que nos separan del estany de Montoliu, un
precioso lago en el que el Maubermé, bendito Maubermé, se mira al espejo cuando
las nubes se lo permiten.
El Tuc de Crabes nos seguirá separando de
él mientras continuamos pista arriba sobre los tramos más tortuosos en un sube
y baja final hasta que un suave descenso nos anuncia la proximidad del Pla de
Tor.
Praderas
en el paraíso
Es fácil pensar que aquí ser vaca, caballo
u oveja dará la felicidad. Porque este verde pirenaico acompasado al ritmo que
marcan los meandros del arroyo que lo cruza es simplemente una delicia.
Al frente el Pas Estret nos obligará a
reptar y apurar el esfuerzo. Tienta ir a seguir el barranco del regato pero es
un camino sin salida que solo siguen las vacas para ir a beber.
Estamos ya a 2070 metros de altitud, y aún
queda mucho más de tierra aranesa. La pista es ya estrecha y tortuosa y nos
lleva por un paisaje que se diría lunar, entre escombreras de piedras rojizas,
bocas de mina y muy pronto los restos de edificios, instalaciones y teleféricos
de las minas de Liat ante el estany de Pica Palomera.
Un colladito nos acompaña junto a las
ruinas de las buenas casas de los ingenieros. El barracón de los mineros parece
poco más que un corral. Uno de los edificios es ahora un refugio. Pero todo en
derredor está arruinado, abandonado, incluso la ferralla que se amontona en
raíles, brocas de mina, poleas de teleférico, cables, restos de herramientas de
perforación. El silencio es sobrecogedor, más si imaginamos varias partidas de
obreros martilleando las rocas, gritando y jurando o acaso emborrachándose en
la cantina, tan lejos de su casa, de sus gentes.
Nos alivia la tristeza asomarnos al amable
estany de Pica Palomera, reflejo del azul cielo entre los verdes de sus
orillas.
En las minas de Liat hay para explorar un
rato, buscar las torres de los teleféricos, descubrir bocas de mina y galerías,
intentar saber para qué era esto o aquello.
Pero nuestro camino tiene que llegar al
gran estany de Liat. Lo vemos ya a lo lejos, más abajo, deseado. Sobre él está
la frontera, las marcas que el Tratado de los Pirineos grabó en la piedra: la
cruz del Port dera Horqueta con el número 418, el Port de Tartereau, y al otro
lado la Francia de l’Ariège, la que compró las minas aranesas en la primera
década del siglo XX y las unió en una misma explotación con las de Bentaillou
que han dejado en ese otro lado un atormentado paisaje de ruinas, escombreras e
instalaciones que alguien debiera poner en valor, con las aranesas, en un
impresionante parque temático del patrimonio industrial pirenaico.
El camino de Liat se desvanece en adelante
trasteando entre una y otra ruina minera. El Maubermé lo vigila todo.
Varias sendas que pisa también el ganado
bajan destrepando las pendientes que separan del estany. Al Estanhot se llega
primero, moderado, más pequeño, azulísimo. Solo un poco más abajo está el
grande, el estany Long de Liat, enorme, impresionante, a 2130 metros de altitud y con sus 27
hectáreas repartidas entre Baish, Mig y Naut Aran, porque es un poco de todos
los araneses. Sí hasta aquí, tan lejos del valle, tan al norte, llega Aran.
Hay que volver. La senda que marcha por el
llano de Liat entre praderas nos obligará a subir aún al Pas Estret para
retomar la pista de bajada. Volveremos aún la mirada, esa de despedida cuando
sabemos que dejamos atrás un paraíso, al azul de Liat, al verde y rojizo oscuro
del Mabermé, al norte de Aran que tanto nos gusta.
Historias
de piedras y personas
La Val
d´Aran y el contiguo valle de Couserans en la Ariège francesa han sido
importantes escenarios mineros en la transición de los siglos XIX al XX. La
revolución industrial en la primera década del siglo XX fomentó una alta
demanda de metales y de consecuentes explotaciones mineras que en estas tierras
pirenaicas se desarrollaron en las zonas de Liat, Arres y Bossòst en Aran. Solo
en la mina Victoria de Arres trabajaban más de 100 personas en 1912.
En esa
primera década del siglo XX, las minas
de Bentaillou, de Liat y de la Val d’Aran se fusionaron bajo el capital francés
del Syndicat Minier. Se pueden encontrar muchos datos financieros de la
operación, del material transferido –kilómetros de teleféricos, líneas
ferroviarias de tiro con caballos, centrales eléctricas, plantas de lavado y
tratamiento, y de rendimientos de capital y producciones próximas a 15.000
toneladas de mineral (plomo y galena argentífera) pero en esos informes de la
sociedad nadie habla de los mineros que trabajaron en rudas condiciones de frío
y nieve en sus tajos, especialmente los de Bentaillou y más duros aún los de
Liat, de los que fallecieron por silicosis, del trabajo de las mujeres
escogiendo mineral.
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