4 de noviembre de 2021

LA PALMA: belleza en el infierno



 


¿Hay belleza en el infierno? 

Ya sabemos la respuesta si hacemos esta pregunta a los habitantes del valle de Aridane, descolgado sobre el mar en el oeste de la isla de La Palma del archipiélago canario.

"Sobre todo hay horror y miedo" nos decían los mayores de una familia a la que la erupción del nuevo volcán de Cumbre Vieja pilló almorzando en la terraza de su casa el 19 de septiembre. Nos enseñan en la pantalla de su teléfono la imagen de una gran columna negra de humo y cenizas recortada sobre un cielo azul tintado de bonitas nubes redondas. "Esa montaña por donde ahora sale la lava antes no existía, era solo una ladera inclinada; y allí estaba nuestra casa que ya ha desaparecido. No te lo puedes creer", dice compungido Luis Calzado, acodado con su esposa al costado de la moderna iglesia parroquial de la Sagrada Familia en el barrio de Tajuya. La placita que se abre ante el templo es ya un emblema en la historia de este nuevo volcán; este "mirador de Tajuya" se llena día y noche de cámaras de televisión, de fotógrafos de medio mundo, de turistas, de periodistas y también de vecinos que vienen a ver en directo la evolución de esta erupción, espectacular para unos, maldita para quienes buscan el escenario en el que sus casas, sus campos de labor, sus modos de vida, han desaparecido bajo un mar de lava oscura. Luis viene cada tarde a ver cómo avanza el volcán, a sabiendas de que su vida nunca será como antes, pero intentando avanzar en el proceso de un duelo inevitable.

Ante el mirador se desliza una corriente de lava, permanentemente humeante y que, tras cada atardecer, llena el cielo de la noche de un brillante resplandor dorado. Más arriba el aire se incendia con llamaradas explosivas, se estremece entre explosiones que arrojan al cielo una incesante lluvia de piedras incandescentes y bajo este despliegue de luz y color un chorro constante de rojo brillante comienza su camino mortífero hacia abajo, hacia el mar. Porque nada de lo que va a quedar por debajo del fluido cauce de lavas y de sus miles de toneladas de depósitos verá de nuevo la luz del cielo. Y nada de esto sucede en silencio; un atronador y arrítmico eco lo envuelve todo, como si fuera el fondo de la banda sonora de un apocalipsis.

Hay otra nota visual que impresiona a quien mira con atención desde el pie del templo de Tajuya: un goteo constante de camioncitos y furgonetas cargados de forma caótica con toda clase de enseres de hogar circula por la carretera que viene de los barrios más bajos de los Llanos de Aridane. Es el éxodo de quienes llevan obligadamente lo poco que pueden con el temor de nunca poder a devolverlo a los cajones de sus armarios, a sus habitaciones y cocinas.

La isla de La Palma es un desconcierto de sensaciones donde compiten a ver cuál impresiona más, si el espectáculo visual o el drama humano de la pérdida.


















2 comentarios:

  1. Santi, me alegro de que sigas la tradición de Plinio el Joven, que se piró y pudo contarlo, que la de Plinio el Viejo, que se arrimó demasiado y no volvió.

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    1. ¡Ay! Ya me habría acercado un poco más si me hubiesen dejado, pero nunca sabré si sería demasiado. Estoy feliz de volver, eso seguro.

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