30 de noviembre de 2017

DRONEGRAFÍAS en la pared


Porque desde hace dos años un dron forma parte de mi equipo fotográfico, porque pensar y enredar forma también parte de mis inquietudes este proyecto de DRONEGRAFÍAS ha tomado cuerpo de exposición que puede verse hasta el 8 de enero en la Sala Rekalde de Bilbao. La exposición está incluida dentro del programa del BILBAO MENDI FILM FESTIVAL.

Así dice el texto de la presentación del proyecto: 

El término de dronegrafía todavía resulta extraño a los diccionarios y a los correctores de texto pero ya forma parte del vocabulario cotidiano de Santiago Yaniz. Porque ahora entre sus cámaras fotográficas viaja un dron que pone a volar allí donde imagina y puede visualizar una captura gráfica. ¿Fotografía?  Simplemente, dronegrafía.

¿Qué es una dronegrafía? ¿es una fotografía? ¿es una imagen robótica?
¿Quién hace una dronegrafía? ¿el dron? ¿el piloto? ¿el fotógrafo? ¿Está entre las licencias del fotógrafo conseguir imágenes mandando a distancia su cámara sin ver directamente lo que fotografía?

Un nuevo debate se nos propone en dronegrafías.
La visualización mediatizada por una pantalla electrónica y la experiencia fotográfica transformada en un juego de manejo y pilotaje parecen abrir un nuevo campo a la experimentación fotográfica mientras despliegan un universo visual inédito hasta ahora a la vista de los fotógrafos. Pero, casi con seguridad, quienes defienden la fotografía  analógica más tradicional podrían poner en duda la existencia de un verdadero “ acto fotográfico ” en la fotografía con drones. Contra esta cuestión se puede oponer otra reflexión asegurando que el fotógrafo operador de un dron no hace otro gesto que colocar su cámara en la posición acertada para resolver encuadre, composición, luz y  manejar al mismo tiempo punto de vista y exposición. También hay un ejercicio de visualización previo, al modo preconizado por Ansel Adams, que, es verdad, no siempre resulta fértil tras haber puesto en vuelo la cámara.



La cámara que vuela mira más alto que el fotógrafo subido en una escalera, pero también más bajo que una avioneta o un helicóptero. Además puede colarse en el bosque, viajar entre los árboles y mirar de cerca, pero con una perspectiva vertical, casi cualquier cosa. Sus límites están en la pericia del camarógrafo que debe ser además piloto y en las reglas que someten al espacio aéreo a reducidas condiciones y medidas de seguridad. Otro límite son los medios técnicos que impiden al fotógrafo utilizar tantos recursos como dispone en tierra: aparatos de grandes formatos, medios analógicos, exposiciones estáticas...

El dron pone en manos del fotógrafo del siglo  XXI una herramienta interesante y valiosa para explorar territorios visuales hasta ahora imposibles. Más allá del paisaje y de la lectura descriptiva del terreno se puede explorar la corteza terrestre en busca de señales, de iconos, de geometrías y sugerencias emocionales bajo este nuevo ángulo visual.

Dronegrafías es un experimento visual en busca de  nuevos territorios en los que poner una mirada fotográfica. Pero además quiere plantear algunas cuestiones: ¿quién hace una dronegrafía?,  ¿el dron?,  ¿el piloto?,  ¿el fotógrafo?
¿Está entre las licencias del fotógrafo conseguir imágenes mandando a distancia su cámara sin ver directamente lo que fotografía?


Quizás la respuesta a estos interrogantes esté justo en el término empleado para nombrar. Porque no son fotografías, en el sentido clásico del término; tampoco postfotografías en la expresión adoptada por Fontcuberta; quizás, sólo porque lo que hacemos son dronegrafías nos hace falta explicarnos para poder tenerlas en cuenta en un inventario de cultura visual. 




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