Caminaba solo, entre las nieblas que amenazaban un
chaparrón inminente. Nadie en las montañas porque los seteros ya habían marchado
de vuelta con su trofeos escondidos. Nadie a esa hora de los madrugadores en
busca de silencio y luz.
Iba mirando esas siluetas imponentes que se van
recortando como fantasmas apareciendo y despareciendo. De pronto aquellas
siluetas tomaron vida. Se me quedó mirando creando una fantasía que me hizo
dudar de si era cierta tanta belleza. Duró solo un instante. Pensé que él
estaba tan sorprendido como yo y marchó enseguida como si no quisiera perturbar
mi camino. Se equivocó porque me hubiese gustado quedarme mirando un buen rato.
Pero casi fue mejor. Luego vinieron los montañeros del domingo, comenzó el
ruido, llovió, salió el sol. No estuvo mal pero lo mejor fue aquel caballo
mirándome. Sucedió en Aiako Harria. Me gustan los caballos.
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