18 de julio de 2014

Yo también estuve “apunado” en viaje por la N40 argentina

Cardones a pie de ruta
El titular se lo prometí a un argentino de alma navarra a un costado del centro de la ciudad de Salta. Después de haber pasado sin problemas dos largos meses en el campo base del Everest nunca pensé que la altitud golpearía tan fuerte en mi cabeza. Pero la Puna es otra cosa y eso lo supe ante unas empanadas salteñas cuando me dijeron que ya está acuñada la expresión de “estar apunado” para referirse al efecto de la altitud en la región de la Puna, al vivir entre los 3.500 y 4.500 metros. Dolor de cabeza, somnolencia, malestar y fatiga constantes son algunas de las manifestaciones más leves; las náuseas, falta de apetito y hasta ocasionales edemas pueden terminar agravando las consecuencias.
Pues sí, yo también estuve apunado mientras viajaba desde la frontera de Bolivia con Argentina hacia el sur, procurando seguir desde La Quiaca la pauta de una ruta que un día soñé recorrer: la N40 argentina.  Vi por primera vez sus trazos hace varios años en las tierras patagónicas y entonces me dije que algún día haría ese viaje. No lo he terminado pero sí iniciado.  La 40 recorre en el norte argentino parajes infinitamente solitarios, atraviesa valles inmensos bajo montañas inalcanzables, zigzaguea entre inverosímiles caprichos de la geología, visita aldeas donde viven pequeñas poblaciones indígenas o recala en pueblos instalados acá en un desierto, allá en un paraíso.
Poca Cuarenta porque me atrapó el invierno, porque los ríos estaban helados, porque mi calendario era limitado, pero suficiente para prometerme el regreso. Para volver a llenar el coche con los niños que caminan cada día media docena de kilómetros hacia su escuela; para escuchar a la enfermera que, balanza romana en mano, hace auto stop para ir a visitar a las parturientas y a pesar a los bebés, casa por casa; para descubrir los viejos caminos incas o los poblados de los Quilmes y por supuesto para fotografiar horizontes, vidas y pasiones.

Yo también estuve apunado de viaje por la 40 argentina. Volveré.

De la quebrada de Humahuaca, puerto arriba

En La Quiaca

Caprichos de la geología

El ripio en rectas infinitas

Salinas Grandes y su horizonte eterno

Ríos Helados y montañas de colores

9 de julio de 2014

ITURBE, un topónimo vasco en la Puna


A las puertas de Iturbe
Muy al norte, arrumbando casi a las fronteras Argentinas con Bolivia, un topónimo vasco irrumpe en los mapas de la geografía atormentada de la Puna. Para alcanzarlo hay que recorrer siete kilómetros por una zigzagueante y polvorienta ruta de ripio que arranca desde la N9, la transitada vía de asfalto que remonta en un continuo ascenso desde las orillas del Paraná hasta tocar Bolivia. Iturbe roza los 3500 metros de altitud y ocupa las dos laderas de un escaso arroyo que, paradójicamente lleva en los mapas el nombre de Río Grande. “El río, le decimos, nada más” se explica Mary apoyada en el mostrador de la despensa que en Iturbe recibe con su nombre pintado en mayúsculas gigantescas sobre el umbral de la puerta. De vascos ella no sabe nada; de la fundación de este pueblo tampoco; lo confiesa con normalidad y sin preocupación: “siempre lo conocimos así, nadie nos dijo nada sobre eso”,  comenta justificando la falta de historia sobre un rictus impávido. Mary se expresa detrás de una añosa pero lisa tez morena que avisa de los rasgos comunes a las gentes de esta comarca jujeña y confirma que antaño el ferrocarril pasó sobre el río “pero de eso hace ya mucho tiempo”. En el rellano que recoge la mayor superficie urbana de Iturbe sobreviven aún las instalaciones del servicio ferroviario, testigos mudos de un pasado más floreciente y vecinas de tres alineaciones de moradas austeras en adobe. Varias alineaciones más de humildes casas del mismo material constructivo se encaraman en las dos laderas que miran al río.
Dos jóvenes conversan, a la sombra, donde algún día debió haber una plaza y ahora solo se alternan lo que parecen talleres y viejas viviendas; unos niños juegan en un rincón del barrio alto;  levantan una polvareda cuando corren sobre la tierra reseca a esta hora en la que el calor del mediodía se empasta con el silencio que sólo rompe el trepidar lejano del autobús que llega desde la turística localidad de Iruya.
Al pie de la ruta, reptando las zigzagueantes curvas que la ruta de ripio obliga a soportar,  el viajero encontró a una joven que pastoreaba un rebaño de ovejas. De su nombre solo podría apuntar un levantamiento de hombros, única respuesta que logró a la pregunta, pero, como si la moza quisiera guardar su secreto al forastero, le devolvió al menos una amable sonrisa al escapar tímida hacia sus ovejas. Menos da una piedra.
Pero Iturbe tiene más raíces que las que se encuentran preguntando en la calle. Su nombre, que traducido de la lengua de los vascos viene a decir “debajo de la fuente” por la contracción de las dos palabras iturri y azpian tiene origen en el apellido del ingeniero que proyectó el importante trazado ferroviario que enlazó Jujuy con Bolivia En realidad esta aldea se denominó Distrito de Negra Muerta, jurisdicción del departamento de Humahuaca, pero en el siglo dieciocho pasó a adoptar el nuevo nombre de Iturbe en homenaje y reconocimiento a Octavio Iturbe. Dieciocho años más tarde la comisión municipal recibió el nombre de Hipólito Irigoyen y así resultó que, según quién y el momento, le llamaron Negra Muerta, Iturbe o Hipólito Irigoyen.
De nuestro maestro ingeniero, responsable de que ese rincón del mundo lleve nombre vasco, descubrimos que su linaje procede de Gipuzkoa y que fue un tal Juan Iturbe e Ibarguren el primero que llegó a establecerse en San Salvador de Jujuy el 19 de febrero de 1748.
El caso es que a la entrada y también en el centro luce bien lindo el cartel de Iturbe que nos interesa, a más de 3300 metros de altitud, tocando las vecindades de Tres Cruces, Cochinota, Yavi e Iruya. Animado por el tránsito de viajeros a Iruya, vendido este lugar como uno de los últimos paraísos de la Puna al toque con Bolivia, Iturbe se beneficia del paso de los viajeros montando tienditas de artesanías de lana de llama o de vicuña, de barro o mejunjes y cremas hechas con coca o venenos de víbora.

Que el responsable de la existencia de Iturbe fuera el trazado ferroviario General Belgrano significa tanto como que cerrada la línea el pueblo se vino a menos pero no murió. Supo mantener su escuela, supo sobrevivir gracias al pastoreo y ahí sigue, enarbolando su nombre con honor.


La ruta de aproximación, transitada por el autobús colectivo que concluye en Iruya

Iturbe desde el barrio alto

Tranquilidad a mediodía

El ferrocarril mantiene sus huellas en Iturbe