31 de marzo de 2016

Industria vasca del hierro en crisis

Ahora que la industria del hierro vasca está de nuevo en crisis no nos tenemos que olvidar de recordar los orígenes: las viejas ferrerías, los antiguos y primitivos hornos de reducción a base de mucha madera, viento y agua.
La ferrería del Pobal es en Bizkaia el emblema de esta historia del Hierro y la hemos mirado desde una perspectiva elevada.


26 de marzo de 2016

Cosas de bomberos


A EUSKAL HERRIA GOITIK BEHERA le suceden cosas simpáticas, emocionantes diría yo. Y la última es una de bomberos. No tiene nada que ver con esos trabajos que a menudo me solicitan y que yo defino de “fotógrafo bombero” y solucionador de reportajes inconclusos, no. Tiene que ver con 25 bomberos que se jubilan en los parques de Bizkaia.
Hace unos días recibía una llamada de teléfono:
-          Santi, he visto que tienes el libro Goitik Behera a la venta en tu web y que lo firmas y dedicas. Y me parece un trabajo precioso pero verás, cada año hacemos un regalo simbólico a los bomberos que se jubilan, algo relacionado con Euskal Herria y este libro es perfecto para eso-.
-          Bien, me alegro- , respondí.
-          Además hay bomberos que se jubilan del parque de Markina y por eso es mucho más apropiado; supongo que ya sabes por qué-, me explicaba el bombero a quien se le había ocurrido la cosa.
Sí que lo sabía: la primera imagen del libro Goitik Behera es de la cantera de mármol de Markina porque allí comenzó mi segunda vida y allí comenzó la historia del libro. En aquella cantera, sobre un lecho blanquecino de espesos polvos de mármol, quedó tendido mi cuerpo herido, despedido a más de una decena de metros del helicóptero en el que nos habíamos estrellado y en el que morían mis compañeros Iñaki Pangua, Rubén Cortijo y Roberto Arenas.
No lo recuerdo, no recuerdo nada. Lo supe tiempo después por el relato de un bombero del parque de  Markina, una de las primeras manos amigas que cuidó de mí aquel día: “estabas lejos del helicóptero y te movías, te querías levantar y solo decías: me llamo Santi y vivo en Llodio”.

Por eso es bonito que los bomberos hayan pensado en Goitik Behera, por eso es bonito cómo esta historia cierra un círculo de acontecimientos de fotógrafo y sobre todo de bomberos. 


20 de marzo de 2016

Fotógrafo deportivo, periodista también


Calculo que ya pasan de treinta los viajes que he realizado a los Picos de Europa a cubrir como periodista y fotógrafo la veterana Travesía de Esquí Andrés de Régil. Primero fui como esquiador de montaña, luego como periodista especializado, ahora realizo el servicio de comunicación de la prueba. Dos jornadas intensas de mirar a las montañas y a los deportistas, a las máquinas de subir y bajar desniveles que son ahora los esquiadores.
Lo contaba y he contado hoy para que lo repartan los medios interesados. Algo así como lo que sigue.

Ni de encargo. Porque una jornada que se esperaba nublada y triste ha amanecido radiante para recibir en las nieves de los Picos de Europa a casi doscientos esquiadores de todas las edades con ganas de disputar la 41 Copa Andrés de Régil-Trofeo Kutxabank de esquí de montaña.
La noche descargó en los Picos y era nieve, una capita de harina sobre las hierbas, una liviana espuma blanca sobre el manto que en las cotas altas se había medido con 2,5 metros de espesor. El nevadón de este invierno tardío cumplió las expectativas que los lebaniegos conceden siempre a la “rabá de marzo” y es por eso que los Picos tenían, tienen todavía, nieve abundante y buena.
Así, con nieve buena, durita pero muy esquiable, arrancaban los inscritos en la Régil, unos pocos menos que otros años por estar la fecha en las puertas de la semana santa vacacional. La fila se ha estirado rápidamente en Lloroza pero se ha apretado subiendo la Sierruca, estirado de nuevo bajando a Áliva y encogido mientras subían a Covarrobres. Ellos lo han tenido que ver, aunque desde la cuneta de la traza uno piensa que a la velocidad a la que esquían y, resoplando bajo el esfuerzo, apenas podrán admirar el paisaje, pero ha estado radiante: algunas nubes manchaban la Peña Sagra, también vestían La Torre Blanca y La Padiorna, Remoña y más tarde la Peña Vieja. Pero lo hacían como si fuesen sedas acariciando el mundo de las rocas, jugando a esconder o desvelar a capricho la aguja de Covarrobres, hija de la Peña Vieja. En ese entorno esquiaban, marcando la primera huella los que han terminado primeros, seguidos por los segundos y perseguidos también por los terceros, detrás todos los ciento y pico.
Para alcanzar las puertas de Cabaña Verónica la cosa se había ya dilatado, las nubes venían a pisar los paisajes y la prueba se iba poniendo dura y más dura. Pero, increíblemente, no había pasado una hora desde las diez en punto de la salida cuando ya había esquiadores por Tesorero. Les ha quedado aún tema largo y un poco más difícil porque la niebla cerraba las cimas de Toreblanca y Padiorna para quienes iban más atrás. Por fin los Picos se cerraban a los panoramas pero han dejado esquiar a placer a los esquiadores más veloces y tanto o más a los tranquilos.









Una de cal, otra de arena; uno bueno, otro regular. Hoy ha tocado el regular cuando el cielo se ha echado encima de los Picos de Europa en forma de nubes impidiendo ver los paisajes que el amanecer descubría manchados de nieve recién caída. La segunda jornada de la Copa Andrés de Régil-Trofeo Kutxabank parece haber querido castigar a los esquiadores con un esfuerzo prolongado pero también entregándoles una montaña cubierta y esa característica luminosidad de la niebla que impide ver el relieve, de saber si delante de tus espátulas hay un hoyo o una prominencia.
Con ese ambiente han salido desde la estación superior de Fuente Dé el casi centenar de equipos que aún conservaban condiciones para plantar cara a las dificultades. En el fuerte repecho inicial hacia la Sierruca han dibujado un bello panorama, vigilado por una Peña Vieja discreta e inevitable. Bajar hacia Áliva no era difícil, y también conocido de la víspera, incluso el paso por un angosto corredor en el que ayer pudimos ver la cabeza de uno de los esquiadores del equipo de cabeza, valga la redundancia, tocando el suelo mientras sus tablas hacían un paralelo con el cielo.
La nieve no estaba plácida, entre la falta de visibilidad y la capita nueva que deslizaba bien pero con aspecto de nieve húmeda sobre un sustrato transformado. A la vista de sus soplidos en las cuestas se diría que los esquiadores han sufrido más que gozado en el recorrido breve del domingo. Y hasta en una segunda vuelta les han puesto una potente cuesta de ascensión obligada a pie, esquís a la espalda, para redescender de nuevo hacia la portilla de Covarrobres antes de marcharse directamente a la meta.

La entrada bajo ese arco triunfal que es el final ha repetido las mismas primeras imágenes de ayer, con los equipos unos, dos y tres entrando consecutivamente.





4 de marzo de 2016

Del Adriático a las nubes apeninas


Adriático en Porto Garibaldi

Me gusta tocar las aguas de todos los mares que tengo cercanos; también las que me enseñan horizontes abiertos en mis viajes, sean estos pequeños o grandes.
En Bolonia tenía un dilema: ir al Adriático o al Mediterráneo. Por nuevo para mis experiencias y por cercano y accesible tomé ruta hacia el primero. Con la excusa múltiple de pisar arena, de ver el mar y de percibir el ambiente portuario que desde siempre también me interesa y en este caso pasaba por Rávena.
Una ruta campestre, llana como si se hubiese trazado a nivel y tiralíneas, recta casi siempre, ocasionalmente buscando el paso entre marismas medio inundadas, pinedas y campos de arroz, se aproxima a ese universo inabarcable que es un gran puerto. Solo los camiones, las chimeneas que avisan de activos cinturones industriales y el tráfico multiplicado aciertan a anticipar la tierra robada a la costa para ser convertida en medio de producción.
Rávena, a un costado de todo eso, es un pequeño paraíso peatonal, amable y tranquilo, una invitación siempre. Aquí también, como en toda esta región italiana entre la Toscana y la Emilia-Romaña es divertido ver que todo el mundo pedalea porque la bicicleta es medio cotidiano de desplazamiento; pero además porque lo hacen del mismo modo con una mano en el manillar otra en el paraguas, si llueve, y parecido si deciden hablar por teléfono mientras pedalean, como si tal cosa.
Café capuccino en Rávena, callejeo consiguiente y mirada sin atención a los famosos mosaicos bizantinos. Porque me interesaba sobre todo el mar y para eso busqué, sin saber, un puerto, un rincón de agua donde amarran barcos que pescan y así terminé paseando entre la lluvia junto a los raídos pesqueros de Porto Garibaldi. Y allí al lado, donde el mar deja de ser alimento para acariciar cuerpos de playa, pisé las arenas del Adriático, apenas toqué el agua, fría en tiempo de invierno, y vi que el horizonte agrícola del interior se transforma aquí también en línea especulativa de apartamentos y rascacielos. Para ver poco entre llovizna y brumas de invierno.
Menos mal que de retorno la lluviosa tarde me regaló un momento de esplendor, un rayo luminoso suficiente para pintar un cuadro, acaso un Cezanne, acaso un Renoir, pero bastante para una foto.

Emilia Romaña

Adiós Adriático, adiós Apeninos
El contraplano de aquel corto viaje marino marchaba en busca de las montañas, a mirar bosques y colinas, a intuir la espina de los Apeninos. Fue infructuosa.

Porque los Apeninos, ni verlos.  Incluso trepando más allá de Módena, ese lugar que suena a vinagres aromáticos, una solitaria ruta zigzagueante entre aldeas alimentadas por solitarias fábricas de cerámica y remontando un desnivel cercano a los 900 metros hasta la localidad de Serramazzoni; imposible. Allí estaban recientes las nieves pero las nubes se habían apropiado del mundo y más allá de un centenar de metros todo era de un impenetrable y espeso gris pálido de nieblas espesas. Imposible ver, solo sentir el frío húmedo y aliviarlo entre los jugadores de cartas de la taberna local. Para qué buscar más si el tiempo pasa a gusto entre bastos, espadas, copas y oros. Y ahí concluyó, sin gloria pero sin pena, esta fugaz mirada apenina. Con sabor a mixtura de helados en el “gelato lab” de la fábrica de Carpigiani. Sabrosa Italia.



Bosque en Serramazzoni