23 de octubre de 2014

Agua somos





¡Qué maravilla el agua! ¡Qué bellos son los ríos! ¡Qué hermosura verlos nacer!
Qué momentos interesantes entregan cuando se alcanzan sus fuentes, cuando allí se les escucha la caricia de la tierra y de la vida, limpios y transparentes, sin más experiencia que la de un recorrido subterráneo que casi siempre tenemos como desconocido.
Porque hay algo de misterio en cada una de las fuentes fluviales que mana al pie de nuestras montañas. No hay dos iguales; unas escupen sus aguas violentamente, otras las dejan deslizar con amabilidad y dulzura entre praderas floridas o escurriéndose mansamente entre rocas y peñascos,  algunas incluso obligan a sus gotas reunidas a despeñarse en abismos y cañones insondables y también hay manantiales que se esconden en las mismas entrañas de la tierra.
Marchar en busca de las fuentes plantea a veces como primer reto saber cuál es el agua primicia de un río, discernir sobre la verdad del nacedero oficial o proponer alternativas y en otras ocasiones, a sabiendas de que nuestro destino es secundario, seguir caminando en su busca porque nos apetece ver más allá de lo que conocemos.
He jugado con buenas compañías constantemente a esta diversión en el proyecto de búsqueda de nuestros nacederos. Y en este juego hemos encontrado historias singulares que nos cuentan muchas cosas de nuestros ríos. Hemos descubierto debates y litigios sobre las fuentes verdaderas que determinan la propiedad de las aguas, discusiones eternas sobre ríos principales y afluentes, sobre quién debe llevar el nombre al llegar al mar y también que muchos de los ríos que conocemos tienen nombres que ignoramos cuando aún son unos recién nacidos.
Sí, hay ríos largos y cortos, caudalosos y exiguos pero pocas veces hay una relación entre aquello y su fuente. Y por eso nuestra indagación ha escudriñado toda la geografía vasca para detenerse en aquellos lugares que ofrecieran rincones de descubrimiento al viajero que gusta de naturaleza, paisajes y alma de país.
En esto lo mejor, como casi siempre, no es el resultado, es el camino andado. Para quien desee aproximarse a esta experiencia este trabajo recién nacido solo es una buena excusa para iniciar el sendero. A los nacederos de Euskal Herria.





15 de octubre de 2014

Fotografía y productividad



¿Qué pintan estos dos términos del vocabulario juntos? Lo explico con mi experiencia.
Año 2010. Una llamada me solicita fotografías para vestir una pared gigante de una oficina gigante. Es una pared gris y mi propuesta consiste en sacarla del silencio con grandes panorámicas de paisajes. El primer gesto de respuesta es relativamente atravesado pero, quizás por defenderla con pasión y seguridad, me dejan desarrollar la idea, me escuchan y aceptan. Estamos en Bizkaia y se imponen los contenidos con varias determinantes: el territorio, la diversidad, el color, la sugerencia y la pulsión emotiva. Habrá un río vertical, una montaña nocturna, un horizonte de planos infinitos y una marina emocionante. Cada una ocupa casi tres metros de pared y componen el paisaje que acompaña la marea de mesas y ordenadores que trabajan allí intensamente cada día. Satisfacción a primera vista.
Año 2014. Nadie se ha cansado de tener ahí esas fotografías, todos están felices de su compañía diaria, son como un pulmón fresco, una ventana abierta al paraíso. Pondremos una más, horizontal, en el mismo muro y una serie nueva se repartirá por las paredes de los despachos internos. Otro conjunto pondrá el toque severo y elegante en la sobria sala de Juntas.

Porque tener la tierra que amas a la vista, hermosa y sugerente, es un respiro, un hilo de aliento en el ritmo del trabajo. Reforzarán la satisfacción de la vida en la oficina y de modo indirecto serán aliadas de la productividad. Mérito compartido de quienes toman decisiones, del fotógrafo y de un país que ofrece imágenes dignas de mirarse.



1 de octubre de 2014

Pasar por el aro





Ahora que ando entre huecos, agujeros y vacíos de toda clase me ha tocado “pasar por el aro”. No por uno, sino por seis en realidad. Aunque, si la Real Academia de la Lengua Española dice que “pasar por el aro” es hacer, vencido por la fuerza o maña de otro, lo que no se quiere el significado no vale para este caso. A los animales les hacen pasar por el aro en el circo pero en Gipuzkoa, en las faldas de la montaña del Ernio, no le obligan a nadie. Son cientos los romeros que pasan camino de la cima y se detienen un momento junto a Gurutze Zaharra, en el rellano que anticipa los repechos finales hacia la cúspide crucificada. Allí hacen pasar su cuerpo y sus miembros por cada uno de los seis aros de metal en la esperanza de ver cumplida alguna de esas viejas creencias que afirman que el gesto procura beneficios en las dolencias musculares, óseas y reumáticas.  Un  singular ritual de sanación al que la memoria no es capaz de poner fecha iniciática. Los aros son rectangulares, ovalados y circulares, pulidos y brillantes de hierro gastado. Normalmente descansan en los brazos de la cruz pero en los domingos de septiembre no paran de acariciar cuerpos de toda clase. Dicen que antes hubo hasta una veintena pero algunos desaparecieron rodando montaña abajo. Seis aros, seis gestos, seis voluntades con raíz desconocida; en el Ernio.